El título de este libro [Los alquimistas. Tres banqueros centrales y un mundo en llamas] es equívoco. En efecto, nadie llamaría “alquimistas” a los verdaderos salvadores de la humanidad, que para Neil Irwin son los banqueros centrales; los llama “guerreros contra la crisis”, como si ésta no hubiese tenido que ver con lo que hicieron antes de su estallido.
Quien cree en semejante leyenda es capaz de creer cualquier cosa, como que la no intervención provoca males terribles y que los benditos banqueros centrales guían la economía hacia la prosperidad y la paz: en este caso los héroes-magos son Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, y Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo.
El autor de esta apologia estudió en Columbia, es corresponsal económico “senior” en el New York Times, y antes fue columnista en el Washington Post. No desvaloricemos a nuestros periodistas y nuestras universidades, pues, porque por allí fuera también desbarran.
Por ejemplo, Irwin sugiere que los bancos centrales son prestamistas de última instancia a entidades con problemas de liquidez, no de solvencia, pero a la vez prueba que se han pasado varios pueblos de lo que Walter Bagehot aconsejó en Lombard Street.
Naturalmente, lo peor es el patrón oro, que por suerte fue abandonado para entrar en el paraíso. Bueno, hubo un freno durante algunas décadas, el sistema de Bretton Woods, que afortunadamente fue abandonado. Bueno, es verdad que después explotó la inflación, porque la Fed “empezó a tolerar” una inflación más alta en los años 1970. También se cree la idea de Bernanke del exceso de ahorro global, que encaja tan mal con los tipos de interés artificialmente reducidos, y la hipótesis de Shiller de la naturaleza psicológica de las burbujas. En suma, las crisis son exógenas, son caballos que los injustamente criticados bancos centrales doman, pero no crían.
Reconoce que la inundación que orquestaron esos banqueros “no impidió que se produjera un declive pronunciado en la economía mundial”. Pero hicieron bien porque si no lo hubieran hecho todo habría sido peor y se habría reproducido la Gran Depresión de los años 1930.
Y así, todo. Los que temen la inflación son unos carcas (como si la inflación de activos, no del IPC, no hubiera precedido al estallido de la burbuja en 2007), y reclamar una moneda sólida es un “fetichismo alemán” y, claro está, “de derechas”. Acepta la prédica de que “la oferta monetaria no está cambiando de manera significativa” a pesar de la expansión de la base monetaria. Si dicha oferta aumenta será cuando los bancos presten la base, es decir, exactamente lo que la banca central desea.
Los elogios aumentan: “Ben Bernanke había sacado la economía norteamericana y mundial del abismo financiero en 2008, había mantenido la independencia política de la Fed en 2009 y había emprendido la QE2 [segunda ronda de expansión cuantitativa] en 2010, muy posiblemente evitando así una espiral deflacionaria y una nueva recesión”. Y se pone estupendo con Mario Draghi y sus colegas que intentan “liberar el mar Egeo de extremista enfurecidos…recuperar un mundo de posibilidades económicas que volviera a diluir los instintos más bajos que asoman a veces en los corazones de los hombres”. Hasta el banco central de China es magnífico. Es que “hay cosas tan importantes y técnicamente tan complejas que no podemos dejarlas realmente en manos de los votantes” y “la historia de la banca central es también la historia de la civilización”. Para que no haya dudas: “La crisis, ciertamente, exhibió las debilidades del capitalismo de libre mercado”.
Curiosamente, el autor proviene del Washington Post, el hogar de su mucho más célebre colega Bob Woodward, que alabó a Alan Greenspan como Maestro, nada menos. Y el propio Irwin reconoce que muchos economistas elogiaron en masa a Greenspan hasta poco antes de que explotara la burbuja que él mismo había inflado.