Abogada y especialista en comercio internacional y reglamentación europea, Miriam González Durántez profesa y reclama el liberalismo en este libro [Devuélveme el poder, Península], en el que pide “que sea el individuo y no el Estado el que decida qué quiere hacer con su dinero”, y afirma: “el liberalismo consiste en liberar al individuo de todo abuso de poder”.
Es particularmente incisiva en un aspecto de ese abuso: la politización. La ilustra con datos inquietantes. En España hay entre 300.000 y 400.000 políticos, un auténtico disparate si lo ponderamos por nuestra población: “tenemos más del doble de políticos que de científicos, y cuatro veces más políticos que miembros del Cuerpo Nacional de Policía…Es simplemente imposible que toda esa enorme cantidad de políticos que tenemos en España tengan suficiente trabajo para estar ocupados”.
En realidad, lo mejor sería que no estuvieran ocupados. La señora González Durántez denuncia su ineficacia, clientelismo, arbitrariedad y corrupción. Desprofesionalizada y politizada, “es imposible que la Administración controle a los políticos si el puesto, el sueldo y la carrera de los administrativos dependen de ellos”. La salida de Rajoy, por ejemplo, “supuso el despido de 437 asesores de Presidencia y un total de 6.000 personas tuvieron que abandonar sus cargos”. Hay 3.000 empresas y fundaciones públicas, naturalmente deficitarias. No cabe sino admirar en este campo a los nórdicos: cada ministro en Dinamarca solo puede nombrar a un asesor: uno solo. Nuestros políticos, por su parte, aprueban 900 leyes y llenan casi un millón de páginas de regulaciones cada año.
El retrato atroz de esa realidad está muy bien pintado, y es diestra la condena a la politización de la justicia, los organismos reguladores y los medios. También aborda con sensatez los actuales problemas identitarios y los conflictos como el brexit.
Desde una amplia experiencia en Europa, expresa su preocupación por lo que sucede fuera de nuestro país: “solo hace falta un atisbo de crisis económica para que la ola populista antieuropea que recorre Europa sea imparable”. Es afilada su crítica al Parlamento Europeo: “institución tan absurda…cientos de personas sin nada productivo que hacer…sin ningún tipo de escrutinio…un gasto público enorme que no mejora la democracia europea”. Y esto es suave con respecto a su diagnóstico sobre el Consejo Económico y Social o el Comité Europeo de las Regiones: “no sirven literalmente para nada”.
Su recomendación es tajante: “la economía española sería mucho más fuerte si fuese una economía más liberal”. Esto parece tan juicioso como su rechazo a los delirios populistas que confían todo a la persecución a los ricos, que ya pagan bastantes impuestos, pero que si se pretendiera elevar sus tipos fiscales hasta el 70 % ello “daría lugar a que gran parte de la riqueza se desplazase y acabase tributando en otro país”.
Si la autora es muy convincente al sostener que “urge una reforma liberal en España”, como reza el subtítulo del libro, a la hora de establecer criterios, más allá de la despolitización y desburocratización, exhibe la habitual confusión de los liberales que cultivan a la vez un jardín y el contrario, y no terminan de definir qué límites establecerían ante el poder. En las contradicciones, se parece a su admirado y en tantos aspectos admirable John Stuart Mill.
Y así, al final, mucho canto al liberalismo, pero nos informa de que “el liberalismo no se fundamenta en la prevalencia del individuo contra el Estado”, ni quiere “bajar los tipos de todos los impuestos”. Si usted se pregunta qué quiere hacer el liberalismo con la fiscalidad, agárrese: “impuestos lo más progresivos posibles”, porque asegura seriamente la señora González Durántez que el liberalismo estriba en redistribuir a través de los impuestos y también del gasto público. Como sucede con otros liberales, es difícil enterarse de qué propone realmente para proteger realmente la libertad de las personas.
Se desliza a veces hacia la caricatura, como cuando reniega del “liberalismo económico antiestatal de Hayek”. Si esta hubiera sido la posición del pensador austriaco, Keynes nunca habría elogiado con tanto entusiasmo Camino de servidumbre —puede consultarse la edición definitiva de la obra en Unión Editorial.