Martin Wolf, famoso periodista del Financial Times, presenta en este extenso y no bien traducido libro [La gran crisis, Deusto] la corrección económica. Igual que su prima política, defiende la libertad, pero propugna la coacción por plausibles consideraciones de carácter colectivo. Acierta en el prólogo Lorenzo Bernaldo de Quirós llamando a Wolf “un liberal clásico”.
Los elementos liberales de ese liberalismo son indudables, como su defensa del capitalismo, la democracia y el comercio libre. También es liberal en su crítica a la sabiduría de los expertos, como Bernanke y compañía, y en su desconfianza en la regulación ante un sistema que no cambia: “La complejidad de la estructura regulatoria hace prácticamente inconcebible que funcione…funcionar en semejante pantanal garantiza que las instituciones terminarán operando contra las normas sin querer hacerlo. También creará una incertidumbre generalizada”.
Pero a la vez apoya el intervencionismo. Wolf sostiene que la crisis actual se derivó del mercado, porque la filosofía liberal fue llevada, agárrese usted, “hasta sus extremos”. Se comprende que este libro haya recibido el aplauso de Krugman y Stiglitz: les habrá gustado la igualmente dudosa tesis del exceso de ahorro, y los mantras progresistas de la ecología, la desigualdad y los bienes públicos globales. Y repite el error de afirmar que la teoría de los mercados eficientes equivale a sostener que son perfectos (cf. “La fama de Fama”, Expansión, 2014).
Más sabiduría convencional: había que gastar más porque el sector privado gastaba menos, aumentar el déficit fue bueno porque era imprescindible impulsar la demanda, la austeridad es mala, el problema de Grecia no ha sido la expansión del gasto público sino la insuficiente recaudación, y “el problema, en resumen, es Alemania”.
Wolf secunda la increíble historia oficial según la cual los Estados son buenos y los banqueros malos…salvo los centrales, claro. Y las autoridades se ven “forzadas” a intervenir. Con esta habitual ingenuidad cree que los gobernantes decidieron “no más Lehmans” y se lanzaron a intervenir en bien de la comunidad porque en caso contrario se habría producido “un crac descontrolado de gran parte del sistema financiero occidental” (a pesar de que en un momento parece atinar con una explicación menos pueril: había que dejar caer a Lehman para justificar la mayor intervención ulterior, págs. 226-7).
Repite la excusa: la banca en la sombra. Como no está regulada, debe ser culpable: no puede serlo la banca central; las autoridades deben estar ahí porque el dinero tiene externalidades, es decir, el cuento neoclásico conforme al cual los fallos del mercado justifican per se la intervención, y la vieja treta de que si no sube el IPC el banco central puede proseguir sus políticas expansivas (a pesar de que el mismo Wolf reconoce que la combinación de tecnología y globalización facilitó las políticas monetarias agresivas sin impacto en el IPC, págs. 280-1).
Desprecia alternativas como la austriaca, porque según Wolf no hacer nada siempre es malo, y por suerte las autoridades intervinieron, porque de no haber sido así “los resultados probablemente se habrían ajustado a los de la década de los treinta, y los habrían desacreditado durante otras dos generaciones”, cuando en los treinta no se hizo lo que los liberales recomendaban, como el propio Wolf reconoce, asociando ese tiempo al intervencionismo de Roosevelt y Hitler, que, apostilla con acierto, “compartían su rechazo al laissez-faire”. Simpatiza con la receta de Chicago de esos años, de una reserva 100 % temporal (véase una crítica en J. Huerta de Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, págs. 569-573). Admira a Fisher, no cree que la inflación sea un peligro, apoya los eurobonos y desdeña a Hayek, pero recomienda no rescatar a los accionistas de bancos y empresas.
Enemigo del patrón oro, es el típico liberal con límites: “el Estado ultralimitado es inaceptable”. La cuestión es: ¿dónde está ese Estado ficticio? Con perspicacia denuncia John Müller en su epílogo para españoles que el famoso liberalismo del PP es mentira: el Gobierno dizque liberal no recortó el gasto, como lo prueba la explosión de la deuda, y perpetró treinta subidas de impuestos.
La calidez del pensamiento predominante deriva de la más antigua comodidad: proclamar una cosa y la contraria. A Martin Wolf el Estado del bienestar le parece “obvio”, pero al mismo tiempo respalda una “ciudadanía independiente del Estado”.
(Artículo publicado en El Cultural de El Mundo.)