La política económica del gobierno de Rajoy, o la arrogancia antiliberal

Este libro [Luis de Guindos, España amenazada], bien escrito, es interesante por lo que revela del mundo político, y de la mano de un protagonista de primera fila. De hecho, dos, porque Mariano Rajoy escribe un distante prólogo que, sin embargo, refulge con perlas inolvidables. La primera: “El mérito del Gobierno fue señalar los problemas y proponer las soluciones adecuadas” (pág. 11). Del presidente que subió los impuestos como nunca antes, y hundió al país en una segunda recesión de 2011 a 2013, usted igual habría esperado algo de modestia y autocrítica. Nada de eso. Incluso llega a reivindicar el haber evitado el rescate, lo que es cuestionable, y a añadir que, si nos hubieran rescatado, entonces él habría debido “subir el IVA en sectores básicos”, lo que es una broma de mal gusto.

Pero nadie podrá negar a Rajoy el mérito de ser un excelente prologuista, porque alumbra con destreza al lector qué clase de libro tiene en sus manos: una presunción desde su portada misma, con una gran fotografía del ministro mirando a la cámara, con el cuello levantado de la chaqueta, como el heroico capitán del barco, preparado ante cualquier sacrificio para ayudarnos a capear el temporal: “dispuestos a torear este miura…siempre hemos ido con la verdad por delante…hemos tomado medidas difíciles desde el primer momento” (pág. 32).

Pero el propio De Guindos brinda un dato fundamental apenas empezado el libro, cuando aclara que antes de ser ministro ya sabía que “el déficit público no iba a ser el 6 % como aseguraba la entonces vicepresidenta y ministra de Economía, Elena Salgado; que iba a ser bastante superior” (pág. 18).

Esto es crucial, porque la argumentación reiterada del PP es que ellos se vieron obligados a subir los impuestos porque el PSOE les engañó con el déficit real. De Guindos ratifica que no fue así, que sabían que el déficit era mentira, pero lo ocultaron y subieron los impuestos alegando que lo hacían forzados: “no quedaba otra”, “los contribuyentes pagaban más impuestos para arreglar los desperfectos de una mala política anterior” (pág. 138). Esto no fue así: los impuestos subieron porque Rajoy y su Gobierno optaron por no reducir el gasto público en la medida necesaria para enjugar el déficit sin incrementar la presión fiscal. El saqueo se disfraza con las habituales excusas socialistas: los ricos pagaron más, etc.

Es errónea la tesis de que la crisis dura desde el tercer trimestre de 2008 hasta el segundo trimestre de 2013 (pág. 35), porque niega la recuperación 2009-2011 y la vuelta después a la recesión por la subida de impuestos del PP. En cuanto al rescate, lo hubo bancario como una catedral, y unas condiciones macro bastante claras, a pesar del maquillaje, como apuntó Domingo Soriano en una devastadora reseña en Libertad Digital.

Por lo demás, es un libro que no explica por qué la economía volvió a crecer, dada su soberbia obsesión en subrayar virtudes políticas; pero, sin embargo, resulta  entretenido por los recaditos que manda a diestro y siniestro, y los esperables ajustes de cuentas: con su patrocinador inicial, Rodrigo Rato, que abandonó el FMI, no se sabe por qué, y “a partir de ahí su brillante trayectoria se tuerce” (pág. 21); con Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que lo había criticado en su reciente libro (ver https://goo.gl/GrkoJA), se mete varias veces, incluso con veladas alusiones: la intervención del banco de Valencia fue un “episodio sobre el que falta alguna explicación” (pág. 29); también con Montoro (pág. 125); e incluso con “alguien desde Moncloa” (pág 81).

Es divertida la constante presunción de abnegación, de ocuparse realmente de todo, hasta de “paliar el problema de los desahucios” (pág. 49); la demagogia (“lo más importante es que por encima de los políticos están los ciudadanos”, pág. 73), y el populismo (“Los mercados olían la sangre y no nos lo ponían nada fácil”, pág. 78). Reconoce a medias una consecuencia de toda su irresponsabilidad: “la deuda pública es lo que ha quedado al retirarse la marea de la crisis. Son los restos del naufragio” (pág. 153), como si fuera algo independiente de la política poco austera de las propias autoridades.

El mensaje que recorre todo este libro es que los españoles deberíamos estar agradecidos al Gobierno y en particular a Luis de Guindos. Sospecho que la verdad es la contraria.