Si nos preguntaran por tiempos, lugares o sistemas, que constituyan símbolos de la persecución, la censura y la decadencia cultural, nos apresuraríamos a subrayar la represión salvaje de personas e ideas, señas de identidad del comunismo, el nazismo y el fundamentalismo islámico. Este libro del pensador chileno Axel Kaiser [La neoinquisición, Deusto] nos trae una inquietante noticia: el mal está más cerca de lo que pensamos. De hecho, está aquí y ahora entre nosotros.
No padecemos hoy, por supuesto, gracias a Dios y a la libertad que animó y sucedió a las crisis de los totalitarismos, tiranías genocidas como las que ensangrentaron el siglo XX. Pero Kaiser nos invita a reflexionar sobre la corrección política, a la que podemos calificar de totalitarismo vegetariano contemporáneo. En concreto, nos llama a “tomar conciencia de los resultados a que pueden conducir los procesos de hipermoralización, colapso de la racionalidad en el espacio público y politización de la virtud”.
Se concentra especialmente en Estados Unidos y Europa en los últimos años, donde prevalece un llamativo narcicismo: las ideas hegemónicas nos animan a la autosatisfacción por los grandes logros conseguidos merced a la democracia, pero las páginas del libro desgranan una muestra tras otra de que los plácemes están infundados.
En efecto, muchos aseguran que hoy, por fin, prima el espíritu crítico, mientras rechazan toda crítica; presumen de pluralismo y diversidad quienes son realmente implacables uniformizadores; de defensa de la libertad de expresión sus peores enemigos; de no discriminar quienes discriminan sin cesar; de inclusivos los excluyentes; y de tolerancia los intolerantes.
Y lo más escalofriante es que eso no sucede en Corea del Norte sino en Harvard. Los ejemplos devastadores de la “emocracia”, el gobierno de las emociones, tienen lugar en envidiados templos del saber, debido a “un discurso autoflagelante que, explotando la culpa y el resentimiento a niveles a veces patológicos, se ha apoderado de las humanidades y de las ciencias sociales en muchas de las mejores universidades del mundo”.
No me han convencido del todo sus páginas contra la inmigración irrestricta. Soy consciente de que es incompatible con el actual Welfare State, y de que destacados liberales han argumentado razonadamente en favor de la limitación de la inmigración. Pero el ideal liberal no es que la limite el Estado, que de hecho la fomenta mediante el Estado de bienestar y otras regulaciones e intervenciones. La deberían limitar la libertad y el derecho de propiedad de los nativos, es decir, el mercado. Pero eso no significa, como dice Rothbard, creo que equivocadamente, que en un mundo sin Estado y con respeto a la propiedad no podría haber nunca fronteras abiertas. Es acertada, en cambio, la crítica del libro al multiculturalismo, y reveladora la idea de que a los inmigrantes no solo hay que ayudarles sino también exigirles. Por supuesto: eso es la sociedad libre.
Y la amenaza que para dicha sociedad representa la corrección política resulta diáfana en este volumen. Axel Kaiser señala el ambiente asfixiante de la cultura del victimismo, del feminismo antiliberal, y de los llamados delitos de odio, utilizados descaradamente para reprimir y silenciar las voces discordantes en la academia, la cultura, la política, y los medios de comunicación.
Los nuevos inquisidores, que son fundamentalmente de izquierdas, quedan expuestos en estas páginas, que denuncian con acierto sus falacias, trampas y tropelías. No son paladines de la justicia sino de la injusticia, no lo son del progreso sino de la reacción. Pero nunca podrían haber llegado lo lejos que han llegado si antes no se hubiera rendido buena parte de la población frente a las ideas antiliberales. Apunta Kaiser: “los europeos esperan que sea el Estado el que lo resuelva todo”. Jamás habrían hecho los actuales inquisidores su agosto en caso contrario.