Inmigración y libertad

Este libro [Paul Collier, Éxodo. Inmigrantes, emigrantes y países] defiende el intervencionismo en la inmigración, desde un aparentemente moderado punto intermedio entre la xenofobia y la libertad, como si fueran males análogos de los que conviene equidistar.

El autor, empero, trata poco la xenofobia, y dedica buena parte de la obra a demostrar que la inmigración, sin ser mala, puede serlo si resulta excesiva, como según él ya es en algunos lugares, o ve posible que lo sea pronto. Los controles son necesarios para proteger a los débiles, puesto que “para los sectores más necesitados de la población nativa, lo más probable es que los efectos netos de la inmigración sean negativos”; más que probable, en términos de la brecha salarial, es seguro: “hemos asistido a los comienzos de un desequilibrio de proporciones épicas”.

Los peligros de la inmigración acelerada son enormes y trascienden las variables económicas, como los salarios, de los que dice que de momento no se han visto muy afectados, pero lo serán si el proceso continúa a buen ritmo. La inmigración no aumenta la felicidad de los inmigrantes, y desestructura la comunidad, no sólo la de acogida sino que también envenena la propia diáspora de los inmigrantes. Con la libertad, los países pobres se vaciarían y los ricos se abarrotarían, aumentaría la pobreza en el mundo y la democracia y las naciones mismas se verían amenazadas.

El diagnóstico y las predicciones, mezclados con observaciones atinadas sobre la realidad de la inmigración, parecen apocalípticos, aunque Collier tiene la prudencia de dejar caer que no está del todo seguro, y que hay que investigar más. Lo hace sobre todo a la hora de extraer conclusiones de unos complicados balances colectivos de pérdidas y ganancias, balances que son empero esenciales para sus recomendaciones restrictivas y que resultan a menudo tan poco convincentes como la propia noción de inmigración “excesiva”.

De todas maneras, el lector obtiene una conclusión clara: la inmigración es algo que exige intervención y límites políticos: “no puede dejarse en manos de las decisiones individuales de los inmigrantes; ha de ser manejada por los gobiernos”. Recurre a la teoría de los fallos del mercado porque la decisión individual tiene externalidades sobre la comunidad, infringe derechos de otros, “y es legítimo que la política pública tenga en cuenta unos efectos que los propios inmigrantes ignoran”.

Para creer todas estas cosas hay que contar con un armazón de corrección política, y Paul Collier lo exhibe. Así, sostiene, como tantos otros, que estos años hemos vivido “el dominio invasivo del mercado”. Nunca los Estados han sido más grandes y nunca han invadido más el mercado, pero por alguna razón se generaliza la ficción de que el peligro realmente grave que corremos deriva de una libertad excesiva.

No se subrayan las consecuencias negativas del intervencionismo en numerosos campos, empezando por la propia inmigración y los problemas a ella vinculados, desde el empleo hasta la integración, o más bien la ausencia de ambos. La admiración hacia el Estado es tan notable en este volumen que el autor llega a decir que la caridad bien entendida no empieza por uno mismo ni en la familia sino ¡en los ministerios de Economía!