El propósito de este libro de James Weatherall [Cuando los físicos asaltaron los mercados] es doble, porque no sólo aspira a exponer lo que pensaron e hicieron unos destacados físicos y matemáticos en las finanzas y en la banca de inversión, sino también a reivindicarlo. En el primer caso, su éxito es plausible. Desfilan figuras de la talla de Louis Bachelier, Maury Osborne, Benoît Mandelbrot, Edward Thorp, Fischer Black, Doyne Farmer, Norman Packard, Edward Lorenz, Didier Sornette, y otros. Sus biografías –algunas, dignas de una novela de aventuras– están muy bien escritas.
Caricaturas económicas
La teoría económica es, por desgracia, mal presentada. Incurre en la caricatura de E.Fama según la cual la hipótesis de la eficiencia de los mercados es en realidad una tesis de los mercados perfectos, con lo cual la mera existencia de burbujas y crisis la desmiente. Su pobre explicación del teorema de Coase es también deplorable, como lo es su fascinación por bobadas políticamente correctas como la del Nobel de Economía Tinbergen, y su regla de oro: la empresa es menos productiva si el salario del empleado mejor pagado supera en más de cinco veces el del peor pagado. Que se dé una vuelta por Mondragón, donde regía esa regla.
Pero la fuerza del libro radica en el relato de los intentos de predecir los movimientos de los mercados. Una confusión habitual, y no sólo fuera de la economía, es verlos como casinos; pero en ese caso serían aleatorios y por lo tanto, en cierto sentido predecibles, precisamente porque son aleatorios. Vemos pasar a genios que en busca de ese grial secular descubren que las distribuciones asociadas a los mercados no son normales sino que en ellas la probabilidad de eventos alejados de lo normal es más elevada: son las llamadas distribuciones de “cola gruesa”, o los “cisnes negros” de Taleb.
Los procesos aleatorios que no pueden controlarse como la ruleta fueron bautizados por Mandelbrot con el bonito nombre de “salvajemente aleatorios”. Y así tropiezan estos genios con sorpresas, en algunos casos muy onerosas, como los miles de millones de dólares que se esfumaron de LTCM, donde brillaban premios Nobel de Economia. Pero los genios no desfallecen: si el aleteo de una mariposa puede crear un huracán, entonces la climatología es determinista, aunque, como no poseemos toda la información, resulte impredecible. Y estudian el viento y el caos, porque pueden existir patrones regulares enmascarados bajo la apariencia de aleatoriedad.
La reivindicación económica de los físicos no es del todo convincente, empero, y los tópicos abundan, como el de la crisis interpretada como un fracaso del mercado, si el Estado falló fue porque intervino poco, etc. También es entrañable que disculpe a los físicos de toda responsabilidad ante la crisis, y los blinde ideológicamente, alegando que “carecen del trasfondo político e intelectual que en ocasiones obstaculiza a los economistas”. Un punto es irrefutable: algunos de estos científicos se hicieron ricos invirtiendo según sus teorías. También lo hizo Tales de Mileto, según cuenta Aristóteles, porque predijo en invierno la siguiente cosecha de los olivares. Pero no sabemos si lo hizo más de una vez.