Este libro de Fernando Escalante Gonzalbo desfigura el liberalismo desde su mismo título, porque, como hacen los antiliberales de todos los partidos, lo llama “neoliberalismo” cuando en términos de ideas es el liberalismo de toda la vida, en particular del siglo XX, como lo prueban los pensadores que desfilan en sus páginas. En términos de la realidad, llama neoliberalismo sobre todo al mundo después de la caída del Muro de Berlín, un terrible mundo poscomunista cuyos despreciables dirigentes políticos han sido todos neoliberales: Thatcher, Reagan, Menem, Felipe González, Blair…hasta Putin. Todos. Y no le convencen ni Rawls ni los zapatistas. Pero el que no resulta convincente es el profesor Escalante Gonzalbo, bien porque dice una cosa y la contraria, bien por lo que dice y que es opuesto a la evidencia.
Así sucede cuando asimila el liberalismo a la economía neoclásica, a la que es fácil censurar por su reduccionismo, un reduccionismo que ha sido criticado en primer lugar por los propios liberales. Puestos a reducir, este libro reduce el liberalismo a la perversión: quiere acabar con las escuelas, aniquilar a los pobres, producir hambre, naturalizar el desempleo como algo definitivo, y atacar el interés público, el bien común, la ética de servicio. Y si alguien argumenta que la maldad del mercado empalidece frente a lo que sucede cuando el mercado es suprimido, el autor advierte que “esa es solo una hipótesis contrafáctica”, sólo una hipótesis, como si no hubiera experiencia sobre el tema.
Insiste en que el neoliberalismo ha predominado en las últimas tres décadas, y que consiste en un “impulso sistemático hacia la reducción de impuestos y la reducción del gasto público”. Una persona que cree que ese achicamiento del Estado realmente se ha producido es capaz de creer cualquier cosa. Por ejemplo, que el liberalismo, y no el socialismo, es destacado cómplice o protagonista de las peores dictaduras; o que los liberales defienden “la supremacía de la economía”, que “el mercado siempre funciona” porque los individuos están “perfectamente informados”; o que la eficiencia del mercado es una mera “creencia”; o que ningún país ha crecido con políticas liberales; o que el dinero y las finanzas, que son de las actividades más intervenidas por las autoridades en todo el mundo, representan “el más libre de los mercados”.
Al final, nada importa, desde asegurar que ha habido resultados económicos “mediocres” cuando decenas de millones de personas dejaron atrás la pobreza, hasta que las privatizaciones se hicieron “casi siempre mal”, y que en realidad todo lo malo, inventado o real, incluso las guerras, es culpa del liberalismo, que es “apocalíptico”, mientras que el Estado es “generoso, eficiente”. La URSS es “un ejemplo de industrialización acelerada”, pero el neoliberalismo es un “áspero amanecer”. El profesor Escalante llega a la fantasía de atribuir al liberalismo viejas fábulas comunistas y nazis: “el liberalismo preconiza la existencia de un hombre nuevo”, lo que jamás ha hecho, y proclama que los liberales padecen “la ilusión de estar a favor de la historia”, exactamente lo contrario de lo que el liberalismo sostiene, como ya escribió Popper en La miseria del historicismo hace ochenta años.
El grueso de bibliografía de este libro sobre la historia del liberalismo es antiliberal, y las obras de los liberales merecen calificativos como: panfleto, desigual, demagógico, polémico, malo. Las teorías de Hayek y Becker son “falacias”, “indemostrables”, las hipótesis de este último “groseras”, los textos de Coase “maliciosos”, los de Buchanan “la ontología plana del utilitarismo” y los de Mancur Olson “sólo un ejercicio lógico en una sociedad de juguete”. Ataca los “jirones discutibles” de Acemoglu y Robinson, asegura que Bruno Leoni “no tiene ninguna base histórica”, Popper es un “propagandista”, y en la producción intelectual de Hayek, Friedman y Becker, tres premios Nobel, hay “escasas novedades”. Llega a acusar a Mises, nada menos, de “populista”, y con Ayn Rand incurre en la típica denuncia conspirativa: no sólo es una escritora desdeñable sino que su obra “era una racionalización de la propaganda empresarial”. Acusa a Leoni de “significativamente” no mencionar nunca la esclavitud en Roma (lo hace: Freedom and the Law, cap. 1, pág. 34). Dice que las ideas de Hayek sobre las normas son similares a la telocracia y la nomocracia de Oakeshott, pero afirma que “no lo menciona nunca en este contexto”, cuando está específicamente citado: Law, Legislation and Liberty, Vol. II, cap. 7, pág. 15.