«El bienestar desigual»

Este libro de Guillem López Casasnovas puede tener un destino esquivo: convertirse en bestia negra de la corrección política, cuando en realidad es su aliado.

El autor es consejero independiente del Banco de España y ha asesorado a la Generalitat de Cataluña y al Ministerio de Sanidad. El título y la portada atraerán a los estatistas de todos los partidos: “El bienestar desigual. Qué queda de los derechos y beneficios sociales tras la crisis”. Todo suena, en efecto, a un nuevo texto antiliberal, incluido el diseño de la portada, con un emoticono en el que un cúter has rasgado una mueca de reprobación y desaliento.

Una vez zambullidos en el texto, los partidarios del pensamiento único se llevarán un chasco tras otro, y las razones del profesor López Casasnovas les parecerán terriblemente liberales: “No podemos partir de la idea de que el Estado garantizará la seguridad del individuo desde la cuna hasta la tumba, desconociendo los efectos de esta intervención sobre la libre iniciativa, los incentivos y la dignidad humana”. Con cifras prueba que el componente privado del gasto social en los países nórdicos cuadruplica al español, y que en esos supuestos paraísos socialistas la fiscalidad es muy favorable al capital.

Defiende el pago y el copago: “son medidas necesarias en España: financiar a cargo del contribuyente, y no del usuario, no supone siempre políticas sociales más equitativas”. Desdeña como “mantras groseros” los que denuncian el supuesto desmantelamiento del Estado de bienestar, cuando el gasto social es relativamente más alto en nuestro país que en Canadá o Alemania, y no se redujo con la crisis. Asegura que las “mareas” pseudoprogresistas van a empeorar las cosas, y que es absurdo hablar de “privatización” de los servicios públicos cuando su financiación sigue corriendo a cargo del contribuyente.

Se burla de los sindicalistas que “confunden los intereses de los trabajadores de nuestro Estado de bienestar con el bienestar de los trabajadores de nuestro Estado”. Rechaza también las recetas de más gasto público de quien está “ofuscado con la redistribución, sea cual sea el coste que pueda suponer en la generación de riqueza”, y que en realidad aspira a una tramposa “igualdad completa: todos seremos igual de pobres”.

No cree en milagros keynesianos ni en consignas bobas como “la austeridad mata”. En realidad, la austeridad “es una virtud contra el despilfarro”. Y es virtuoso el mercado libre. López Casasnovas reconoce que una economía abierta genera más desigualdad, pero apuesta por ella: “el libre comercio está sacando de la pobreza extrema a millones de habitantes del planeta”.

Y ahora, cuando mis lectores antiliberales están jurando en arameo y condenando a este libro al ostracismo neoliberal, ahora es cuando más se lo recomiendo, porque es una defensa ortodoxa del Estado, típicamente neoclásica, con todas las ficciones habituales de los fallos del mercado y la imprescindibilidad de la coacción. Hasta la retórica melosa antiliberal prolifera: “contenido social”, “solidaridad intergeneracional”, “contrato intergeneracional implícito”, hay que cambiar el “modelo productivo”, lograr un “planeta más habitable”, atacar los “excesos de consumo” y promover la “industria medioambientalmente sostenible”. Eso sí, el sistema del Welfare “se quiere eminentemente público”. La privatización sería siempre “contraria al acuerdo constitucional sobre el modelo sanitario por el que ha optado la sociedad española…con la privatización no hay nada que ganar en términos de bienestar colectivo y sí mucho que perder por parte de todos”.

El autor no es liberal, y no bucea en la economía política, pero sí entiende muy bien que “la ética de la eficiencia es la de evitar el despilfarro”. Ojo, no evitar el gasto público ni los impuestos: sólo el despilfarro, porque hay que asignar bien los recursos y, como se sabe, nada es gratis.

Será, por tanto, injusto que los antiliberales de todos los partidos despotriquen contra el profesor López Casasnovas acusándolo de ser un malvado enemigo del poder y partidario de los recortes, cuando en verdad no quiere privatizar el Estado sino fortalecerlo, subiendo impuestos y logrando que la coacción sea más eficaz, convincente, y perdurable.