Roncaglia y los economistas (liberales) que se equivocan

            Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y lo malo, menos malo. Y lo regular, tolerable. Este libro del destacado economista e historiador italiano Alessandro Roncaglia [Economistas que se equivocan] tiene varios defectos pero también tres apreciables virtudes: reprocha con acierto la arrogancia de los economistas, se lee en un santiamén, y está muy bien traducido por el profesor Pascual Escutia.

            Una de las principales deficiencias del libro, notable porque su autor cultiva la historia del pensamiento económico, es sostener que la economía neoclásica es liberal. Una y otra vez asocia el “mainstream” neoclásico con el liberalismo, al que llama “consenso de Washington”; injustificadamente le otorga gran relevancia analítica, como si fuera una escuela hecha y derecha, que el dicho consenso jamás fue, pero que le brinda un cierto tono conspirativo, y le evita analizar el problema del Estado real.          

            Repite los tópicos antiliberales sobre la crisis, que fue culpa según Roncaglia del “fundamentalismo del mercado”, “fundamentalismo económico liberal”, la consabida “especulación”, el “liberalismo económico extremista”, los “partidarios extremistas de la economía de mercado” y “el mito de una todopoderosa mano invisible del mercado, la confianza ciega en mecanismos reequilibradores automáticos y la hostilidad hacia la fijación de reglas de juego”. Este retrato de la economía como si hubiera atravesado una etapa anarcocapitalista donde el Estado desapareció no resiste la más mínima contrastación empírica. En una nota al pie apunta, no vaya a ser que nos confundamos, que “afirmar que el mercado es una institución imperfecta no significa denigrarlo, y mucho menos ser partidarios de una economía planificada”.

            Pero el profesor Roncaglia no se apea de sus reproches al “giro económico liberal” de los malvados Reagan y Thatcher, y los demás sambenitos del progresismo, incluido el que asegura que los problema de Grecia son culpa de “Alemania y los ambientes conservadores de las finanzas internacionales”.

            El antiliberalismo, reflejado en su idolatría de Keynes/Sraffa, le conduce a declaraciones temerarias: “la idea de que sea necesario acumular un fondo de ahorros para cubrir las pensiones es una idea equivocada”. Como diría el castizo, con un par. Me gustó su referencia a la “trascendental nacionalización de Fannie Mae y de Freddie Mac” en 2007, como si no hubieran tenido relación alguna con el Estado con anterioridad.

            Llama la atención, como he señalado, que un historiador de la economía asocie la teoría neoclásica con el “automatismo del mercado”, cuando es más bien lo opuesto: cualquier manual de introducción a la economía insistirá en los “fallos del mercado” y en la necesidad de la intervención pública para corregirlos. Es verdad que la economía padece “la fatal arrogancia”, pero no es por su liberalismo sino por lo contrario.

            Hablando de fatal arrogancia, afea este libro, que, como he dicho, acierta en denunciar la supuesta omnisciencia de la economía convencional, el que no mencione la escuela de la elección pública, que le permitiría explicar la aparente paradoja de unos Estados “liberales” que crecen sin cesar, ni la escuela austriaca, que precisamente se abocó primero que nadie a estudiar los efectos desestabilizadores de la política monetaria.

            Al final, un capítulo con un título prometedor: “¿Un nuevo Bretton Woods?”. Promete, pero no cumple: así como no ha explicado cómo funcionan los sistemas bancarios nacionales ni los bancos centrales, tampoco analiza el sistema financiero internacional, salvo para repetir las advertencias sobre “la resistencia al cambio por parte tanto de los intereses que se verían muy perjudicados por la regulación como por los importantes residuos ideológicos y culturales del Washington consensus”. Pero, repito, no todo es deplorable: el libro es sumamente breve.