Mariana Mazzucato defiende el socialismo sin defenderlo. De hecho, en estos dos libros [No desaprovechemos esta crisis y Mision economía. Una guía para cambiar el capitalismo] se pasa todo el rato asegurando que la clave es salvar el capitalismo. Aunque, naturalmente, no este, que es desaconsejable porque las empresas buscan beneficios, que incluso pretenden “desviar hacia los accionistas”. Vamos, como si fueran los dueños. No puede ser. Hay que conseguir “un crecimiento sostenible e inclusivo”, lo que exige “un enfoque basado en las partes interesadas”, que lógicamente jamás son los propietarios, porque eso es el capitalismo real, que es malo y encima está siempre en crisis. Este es el punto fundamental: desviar la atención, apartándola del socialismo y concentrándola en el capitalismo, ahogado ahora por una triple crisis –sanitaria, económica y climática. Todos los males son culpa del capitalismo, y serán resueltos con el socialismo. Perdón, quiero decir: con otro capitalismo.
No es posible arribar a semejante fantasía sin distorsionar la realidad, y la profesora Mazzucato repite un clásico del pensamiento único: las cosas van regular porque nos hemos pasado de liberalismo. Proclama, seriamente: “muchos países han optado por la austeridad…se han aferrado a la austeridad…décadas de recortes presupuestarios”. Como tantos otros distinguidos y jaleados académicos progresistas, doña Mariana no se ha molestado en charlar cinco minutos con una contribuyente, que le habría aclarado que los impuestos no han bajado en ninguna parte del mundo, porque en ninguna parte del mundo se produjo un recorte apreciable del gasto público.
Equivocado el diagnóstico, estos libros auguran un certero paraíso, con más Estado y menos mercado. Todo lo tendremos gratis en un mágico mundo keynesiano: “el Gobierno debería garantizar un puesto a cualquier persona en edad de trabajar que buscara empleo en el sector privado y no lo encontrara”.
Hay un ataque reiterado a la empresa privada, “cuyo fin último es obtener un beneficio, no proporcionar cuidados”, mientras que el Estado es siempre la solución, porque tiene conocimientos y recursos ilimitados, con las mejores intenciones. La autora endiosa a Roosevelt y sobre todo a Kennedy, presentando a la NASA como el milagro de la intervención pública multiplicadora de panes y peces (se ve que en la Moncloa la han leído con atención). Todo pasa por el Estado, que debe planificar la economía “de modo que garantice el interés público…una misión liderada por el Gobierno…resolver los principales problemas de la sociedad…se trata de imaginar un futuro mejor y de organizar las inversiones públicas y privadas para lograrlo…solo el Gobierno tiene la capacidad de supervisar una transformación a la escala necesaria…el Gobierno tiene que hacer mucho más…La pregunta equivocada es: ¿cuánto dinero hay y qué podemos hacer con él? La pregunta correcta es: ¿qué es necesario hacer y cómo podemos organizar los presupuestos para lograr esos objetivos?…Los números rojos del Gobierno equivalen al saldo positivo del sector privado”.
La teoría y la evidencia empírica de la profesora Mazzucato son cuestionables (véase https://bit.ly/3p5dP1f). Lo que no es cuestionable es que insiste en que lo que promueve no es el socialismo sino el capitalismo. No este, claro, sino otro. ¿Y cómo será ese otro? No es el comunismo, claro, al que califica con la vetusta pero reveladora denominación de “capitalismo de Estado”. Pero si hay algo que se parece al capitalismo de Estado es precisamente lo que presenta Mazzucato en estos dos libros, que apuntan a una gran expansión del Estado para supuestamente salvar el capitalismo y el planeta desde la coacción del poder político: “la aspiración del Gobierno debería ser provocar reacciones catalíticas en toda la sociedad…definiendo democráticamente objetivos claros que la sociedad debe cumplir”.
Como era de esperar, habla muy poco de impuestos, un detalle menor porque ¿qué importancia pueden tener los costes ante un mundo nuevo donde cumpliremos felices los deberes que defina el poder?
Habla poco de España, pero, eso sí, elogia a Ada Colau.