«Acabemos con el paro», de Daniel Lacalle

Desde que, gracias al capitalismo, el empleo empezó a extenderse y los salarios a aumentar como nunca antes, los intelectuales y los políticos se empeñaron en acusar al capitalismo de lo contrario. Así, desde Marx hasta Keynes floreció la patraña conforme a la cual si hay desempleo y pobreza tiene que ser por culpa del mercado, al que conviene aniquilar, según pregonan los socialistas más carnívoros, o limitar, como aconsejan los más vegetarianos.

El paro, sin embargo, no es producto del mercado libre sino de las interferencias con las que lo bloquea el poder político y legislativo, con el aplauso del pensamiento antiliberal hegemónico. El economista Daniel Lacalle refuta este embuste sin pelos en la lengua: “Si la rigidez del mercado laboral fuera una garantía de derechos, los países con mayor nivel de intervención tendrían mayores cotas de bienestar y menor desempleo. Sin embargo, ocurre lo contrario”.

            Este libro [Acabemos con el paro, Deusto] resulta iluminador porque hace frente a grandes mentiras económicas, por ejemplo, la muy extendida engañifa conforme a la cual el Estado ha sido reducido a su mínima expresión por el malvado “neoliberalismo”. La realidad es muy distinta. El gasto público apenas se contuvo un 5 % desde 2009, dice Lacalle, mientras que el irresponsable gobierno socialista de Rodríguez Zapatero lo aumentó entre 2004 y 2009 nada menos que en un 48 %. Y nos hablan de una supuesta “austeridad”.

            Si hay alguien que no es austero, normalmente gasta dinero ajeno. Así sucede con los políticos. Hay a propósito de este tema unas páginas verdaderamente desopilantes sobre los socialistas en Andalucía, donde llevan desgobernando tres décadas, habiendo conseguido cotas inéditas de desempleo, corrupción y despilfarro. La Junta tiene nada menos que 36 “observatorios”, destino apetecido de políticos, sindicalistas, y enchufados varios. La lista incluye joyas como: Observatorio Andaluz de la Publicidad No Sexista; Observatorio Andaluz de Participación Ciudadana; Observatorio del Flamenco; Observatorio Andaluz para la calidad de e-learning; Observatorio de la lectura; Observatorio para la Convivencia Escolar, y así siguiendo.

            Acierta Daniel Lacalle en sus denuncias contra el intervencionismo, desde los dislates soviéticos de Podemos o Izquierda Unida, hasta los onerosos e ineficientes “buenismos” de los demás partidos. Desmonta asimismo el antiguo bulo que sostiene que nuestros problemas se arreglan aumentando la demanda y la inflación: “En España con una inflación creciente no se creaba empleo, y cuando los economistas neokeynesianos nos alertaban sobre el riesgo de deflación, se ha creado empleo al 3 %”. También se opone al habitual recelo frente a Alemania o los prestamistas: “Cuando no nos prestan, la culpa es de los mercados que nos atacan; y cuando nos prestan, la culpa es de los malvados prestamistas que nos dan dinero a pesar de ser insolventes”.

Una vieja bazofia es también objeto de crítica en este volumen: las ideas económicas presentes en los libros de texto, insólitas muestras de propaganda anticapitalista con la que se procura intoxicar a nuestros niños y jóvenes.

            Discrepo con el autor en su visión mejorada de Keynes, como si nunca hubiera aconsejado inversiones absurdas para resolver el paro. Sí que las aconseja, y nada menos que su obra más importante, la Teoría General. Tampoco lo secundo en su alabanza del contrato único, esa arrogante muestra de ingeniería social típica de tantos economistas. Y yerra al decir que la trampa de la liquidez es un concepto creado recientemente por Richard Koo, cuando es tan viejo como Keynes, o Hicks.

            Pero en líneas generales es un libro excelente que da buenos consejos a trabajadores y empresarios para evitar errores y maximizar el empleo, y también a políticos, a quienes fundamentalmente les dice que procuren no fastidiar demasiado a los creadores de empleo, es decir, que hagan lo contrario de lo que llevan años haciendo.