No estoy seguro de que la comunicación política vaya a adoptar una forma radicalmente nueva. El tiempo podrá ser nuevo en otras cosas, pero no en los mensajes políticos, que repetirán los trucos más apolillados.
La demagogia, por ejemplo, habitualmente criticada, es cualquier cosa menos una novedad: hace veinticuatro siglos ya fue denostada por Aristóteles como la corrupción de la democracia. Cuando Pablo Iglesias habla de “los sectores populares”, que supuestamente representa él, y los enfrenta a “la casta”, los privilegiados o las elites, como si él no integrara elite alguna, caben, por supuesto, opiniones diversas, pero no cabe afirmar que Podemos es el cambio en la comunicación política.
Ni siquiera el uso de los medios de comunicación es una novedad, porque en los años 1930 Franklin Roosevelt utilizó hábilmente la radio para sus mensajes, que eran similares a los de Podemos en su demagogia antiliberal. Por no hablar del régimen venezolano, de vínculos tan estrechos con Podemos. Y así, siguiendo, por doquier escuchamos a políticos de todos los partidos que comunican su disposición a violar la propiedad privada de los ciudadanos por motivos «sociales» -entiéndase, todos los que les convienen.
No digo que todos sean idénticos, sino que todos son variantes del socialismo en sentido lato, es decir, de la doctrina que propicia el quebrantamiento de la libertad individual por mor de consideraciones plausibles de carácter colectivo. Ese quebrantamiento es diferente en Caracas que en Barcelona, de momento. Lo que digo es que siendo todos socialistas, más vegetarianos o más carnívoros, los mensajes políticos no han cambiado, como lo habrían hecho si los nuevos actores políticos hubiesen cosechado millones de votos con el compromiso de respetar la propiedad y los contratos de la gente.
Y siendo Podemos un partido populista, es ridículo considerarlo una novedad: su antiliberalismo es más viejo que la tos, y su populismo otro tanto. Por ejemplo, van a esforzarse ahora en la moderación, en no ser identificados con un solo partido, y en propagar la vieja consigna populista de que ellos no son un partido como los demás, y pueden constituir un paraguas para personas de diferente ideología. Esto es fundamental: no olvidemos que Hugo Chávez no apoyó la dictadura cubana…hasta después de ganar la presidencia de Venezuela (sobre la comunicación populista del partido de Pablo Iglesias recomiendo un reciente libro de David Álvaro García y Enrique A. Fonseca Porras, El método Podemos).
Y, por cierto, el PP no na tenido una mala comunicación y no necesita cambiarla. Lo que ha hecho es mentir, que es algo muy distinto. Si yo le prometo a usted que voy a bajar los impuestos y luego los subo, y usted, con toda razón, deja de votarme, yo no podré alegar que he sufrido un problema de comunicación con mi electorado. ¿Verdad que no?
(Artículo publicado en la revista Informadores, Nº 61, verano 2015.)