Desde Marx, el antiliberalismo ha disuelto el valor de las instituciones, concibiéndolas como servidoras del capital, a quien socorren en su explotación de la clase obrera. Esta ficción no es neutral. En la medida en que se devalúa ese mundo que, como decía Hayek, está entre el instinto y la razón, los ciudadanos tienen menos defensas ante el poder.
No es casual, por tanto, que los socialistas ataquen ese mundo, desde la familia hasta la propiedad privada y demás derechos personales, desde las tradiciones hasta la religión. Cuanto más socialista es el socialismo, más lo ataca, y menos libres son las mujeres y los hombres.
En esa tradición antiliberal se inscribe El código del capital, libro de Katharina Pistor, catedrática de la Universidad de Columbia, que asegura que el derecho ha sido usurpado por el capital, de tal forma que la legislación “cada vez más se lleva a cabo en bufetes privados y cada vez menos en Parlamentos o tribunales”.