Hay una brecha que perjudica a las mujeres: la que abre el poder entre ellas y su libertad. De esa brecha nadie habla. Se habla de otras brechas, que en realidad son filfas.
Por ejemplo, no es cierto que las mujeres ganen menos que los hombres por el mismo trabajo: si fuera cierto, el paro femenino sería cero, porque ninguna empresaria sería tan estúpida como para contratar a hombres cuando podría obtener el mismo resultado contratando a mujeres por un coste menor.
Además, se trata de embustes peligrosos y ofensivos para las mujeres. Su peligro estriba en que las medidas que pretenden “luchar contra la desigualdad” sistemáticamente luchan en favor de la desigualdad, puesto que pretenden ampliar el peso del Estado y su capacidad de violar la propiedad de las mujeres y quebrantar sus derechos. Es un dudoso feminismo aquel que sostiene que se defiende a las mujeres subiéndoles los impuestos y expandiendo el poder de políticos, burócratas y grupos de presión.
Asimismo, estas filfas según las cuales las mujeres están necesitadas de políticos que les quiten lo que es suyo, y que pretendan ser feministas porque hablan de “consejo de ministros y ministras” (por cierto, debería ser al revés), son ofensivas, porque parten de la falacia según la cual las mujeres no pueden abrirse camino por sí mismas.
Se trata de un ejemplo más de las violaciones de los derechos humanos perpetradas en supuesta defensa de esos derechos, y que han proliferado en especial desde la caída del Muro de Berlín, ese soplo de libertad que los antiliberales convirtieron en amenaza. Desde entonces arreciaron las búsquedas de sustitutos del socialismo como bandera, y así hemos visto a tantos héroes de la izquierda, un movimiento cuyo feminismo es dudoso, convertidos en paladines de las mujeres, a las que solo quieren utilizar como herramienta política.
Es un insulto a la inteligencia y la dignidad de las mujeres, semejante al que profieren los comunistas erigidos en defensores de los homosexuales y el medio ambiente, como si no supiéramos lo que han hecho los comunistas durante un siglo en el que persiguieron a los homosexuales como el mismo ahínco con el que se dedicaron a destruir la naturaleza.
Entiéndase bien: no digo que las mujeres no afronten dificultades de toda suerte. Lo que digo es que esas dificultades no se resuelven con más poder para los políticos, los legisladores, los burócratas o los sindicalistas, ni con más impuestos, ni prohibiciones, ni regulaciones que limiten el ámbito de acción de las mujeres, supuestamente por su bien. Eso amplía la brecha entre la libertad de las mujeres y el poder de los poderosos. Y los argumentos presentados para defender esa brecha son básicamente camelos.
(Publicado en la revista «Informadores», Nº 65, agosto 2018.)