Siempre me gusta recordar la maravillosa viñeta que Borja Montoro, el gran artista español, y firme defensor de la Iglesia, dibujó en La Razón en la primavera de 2013. Se veía al nuevo Papa de espaldas, agradeciendo los aplausos de la multitud en la Plaza de San Pedro. Y Francisco piensa para sí: “Qué chasco se van a llevar muchos cuando comprendan que soy católico”.
Como dice el sacerdote americano Robert Sirico (En defensa del libre mercado. El argumento moral en favor de una economía libre. Lid editorial. Madrid 2029), lo que condena la Iglesia es que la única realidad necesaria sea la libertad económica en sí misma. La economía es sólo una dimensión del ser humano y debe ser puesta en relación con un planteamiento integral de la persona. Efectivamente, la economía, frente a lo que muchos católicos piensan, no es una cuestión de suma algebraica cero y el comercio algo en lo que uno pierde lo que otro gana. Por el contrario, es una situación de “ganar-ganar”. La esencia del capitalismo no es la codicia tan denostada en los evangelios donde se la coloca en igualdad con la avaricia y que, como sabemos también, en los diez mandamientos aparece al menos dos veces igualmente condenada. Recordemos de pasada que en esos mismos diez mandamientos la propiedad privada es defendida. Ambas cosas, codicia y avaricia, no son adecuadas moralmente, pero es que el sistema de propiedad privada, comercio, mercado y libre empresa no va de eso, sino del perseguir el propio fin por cada cual o, como decía Adam Smith, su propio interés. Todo en consonancia, además, con la íntima libertad que al ser humano le incumbe y ello, paradójicamente, es totalmente evangélico (Dar al Cesar…) y desde luego no inmoral. Quien mezcla lo anterior está confundiendo el significado de “propios fines-interés personal” con egoísmo y avaricia. Además, la figura del avaro es una creación bastante literaria (Dickens…) y no se conocen a muchos avaros sino a empresarios, que no es lo mismo. Como tales ni mis colegas ni yo mismo hemos estado contando diariamente nuestros dineros en caja (actividad totalmente improductiva) sino viendo donde invertir con rentabilidad suficiente y asumiendo riesgos e incertidumbres. En definitiva, es evidente que Jesús en el pasaje del joven rico y luego en el del Epulón se dirige a los que ponen su corazón y su felicidad en las riquezas como disfrute en sí mismas, porque entonces estas empequeñecen tu vida y tu capacidad de amar al prójimo, no a la labor del empresario que busca la riqueza como fruto y premio de su labor y que al hacer tal cosa deja a la “mano invisible” de Adam Smith actuar
Muchas gracias.
Brillante su interpretación de los dichos del papa. Coincido plenamente. No estoy tan seguro que el papa esté de acuerdo con su interpretación
Muchas gracias. Igual el Papa no está de acuerdo: no lo sé.