Cuando el Comité del Premio Nobel de Economía argumentó las razones para haber seleccionado a los tres ganadores de este año, subrayó “su enfoque experimental para reducir la pobreza en el mundo”. A esto han dedicado sus esfuerzos Abhijit Banerjee y Esther Duflo, del Massachusetts Institute of Technology, y Michael Kremer, de Harvard.
“Nuestro objetivo es asegurar que la lucha contra la pobreza se basa en la evidencia científica. A menudo los pobres son reducidos a meras caricaturas, e incluso aquellos que intentan ayudarles no comprenden las raíces profundas de lo que los empobrece”, declaró la profesora Duflo.
Este compromiso científico les ha impulsado a trabajar sobre el terreno, yendo a los países pobres, y realizando allí experimentos controlados aleatorizados, como los que se utilizan en farmacia y medicina. A partir de esos trabajos de campo son capaces de identificar las políticas más eficaces para combatir la pobreza.
El conocer la realidad ha tenido como saludable consecuencia que, a raíz de su impacto en la profesión, la economía del desarrollo haya dejado de ser un coto de socialistas e incluso de marxistas. Durante muchos años, en efecto, se insistió en que la pobreza y el hambre en el mundo se debían al capitalismo, en que no había ninguna solución desde el mercado, y en que la única solución era la política, mediante la ayuda al desarrollo, cuya efectividad se medía solo por el volumen comparado del gasto: de ahí la famosa bandera del 0,7 % del PIB, pretendida varita mágica para acabar con la pobreza. Hubo un tiempo en que las voces críticas con este camelo eran poquísimas: sobresalió entre ellas Peter T. Bauer, que también conocía la pobreza desde el terreno, y que no se tragó los cuentos antiliberales que predominaban, y aún predominan, en la academia, el periodismo, las ONGs, y las burocracias internacionales.
A esa corrección política le irritará leer, por ejemplo, en el libro Repensar la pobreza, de Banerjee y Duflo, cosas como que “en el sector público las cosas están mucho peor que en el privado”, o sus críticas al increíble despilfarro de la ayuda oficial al desarrollo, o las refutaciones de los supuestos cientos de millones de hambrientos en el mundo: “La mayoría de las personas que viven con menos de 99 centavos al día no parecen comportarse como si tuvieran hambre”.
Sin embargo, la obra de estos tres destacados economistas no es, al revés de lo que parece, una muestra del liberalismo en la economía del desarrollo. Para ello habría que acudir a otros expertos, como William Easterly, de la Universidad de Nueva York.
Banerjee, Duflo y Kremer, en cambio, no pretenden limitar la intervención política y legislativa, y no apuestan por las instituciones del mercado. De hecho, no quieren entrar en discusiones sobre el tema, y los dos primeros afirman: “el lector no descubrirá en este libro si la ayuda es buena o mala”. Ellos pretenden ser equidistantes entre los más y los menos intervencionistas, digamos, entre Easterly y Jeffrey Sachs. Pero a pesar de eso, y a pesar de que pueden ser, como acabamos de ver, políticamente muy incorrectos, su mensaje de fondo es intervencionista, y cuando reseñé en 2012 su libro en El Cultural de El Mundo lo definí como “un inteligente replanteamiento de la necesidad del intervencionismo estatal”.
En efecto, lo que hacen es incurrir en una antigua propensión de los economistas: decirle al Estado que intervenga bien, antes que advertir sobre los riesgos de su intervención. Digamos, son más como los fisócratas de Quesnay que como Adam Smith; más como Campomanes que como Jovellanos. Y ese intervencionismo brota directamente de sus métodos experimentales, que son saludados precisamente porque no dan respuestas globales sino parciales. Es decir, podemos saber si esta política concreta es buena o mala, pero no tenemos, como ellos se ocupan de aclarar, una guía para saber si la ayuda exterior es buena o mala.
David R. Henderson, de la Hoover Institution, señaló este aspecto en un reciente artículo en el Wall Street Journal. Es verdad que los experimentos a pequeña escala pueden ayudarnos a resolver problemas en la ayuda al desarrollo. Ahora bien, “en el caso de la pobreza global, los economistas tienen ideas muy buenas sobre cómo abordar la cuestión en el plano macro. A saber: la inmigración y el desarrollo económico, que son con diferencia las dos vías más fiables para mejorar la calidad de vida de los pobres de la tierra”.