Mientras un aroma de rosas empalagaba el ambiente, Pauper Oikos oyó una voz melosa que decía:
—Aunque unos pocos ideólogos del libre mercado todavía sostengan que hay que dejar que corporaciones motivadas por el lucro dirijan el mundo sin intervención estatal, la experiencia demuestra lo contrario. El Estado es esencial para facilitar el acceso universal a servicios vitales como la salud y la educación; infraestructuras; y financiación para la investigación científica y las primeras etapas del desarrollo tecnológico. También es imprescindible para cobrar impuestos a los ricos y transferir ingresos a los pobres. De lo contrario, nuestras sociedades se volverán peligrosamente desiguales, injustas e inestables.
Era Nervensäge Shcas, la economista alemana, paradigma tedioso de la corrección política. Le respondió:
—El malvado lucro, o el propio interés, está en todas partes, y desde luego está en la política y en las economistas buenistas como tú. Lo del Estado esencial está abierto a discusión, salvo para los ideólogos antiliberales. Y eso de que cobra a los ricos para dar a los pobres es una distorsión, tanto como el espantajo hobbesiano de que con menos Estado nos precipitaríamos al infierno. Es más bien al revés, e incluso economistas que no puedes calificar de ultraliberales, como Vito Tanzi, ya están sugiriendo que al propio Estado le conviene achicarse, para no perder legitimidad.
—La cooperación necesita fondos. Necesitamos dinero para erradicar la pobreza extrema, y los recursos son ínfimos —sentenció la germana.
—Pues cientos de millones de personas han dejado atrás esa pobreza extrema, gracias a sus esfuerzos y a menudo a pesar del intervencionismo nacional e internacional. Esa es la cooperación de verdad, la del mercado, y no la impuesta a la fuerza por las autoridades. Tengo nostalgia de Peter T. Bauer, pero, en fin, al menos tenemos a William Easterly o Esther Duflo, que han refutado tus absurdas teorías: no se requieren transferencias de dinero para resolver la pobreza, sino mercados libres.
—El presupuesto regular de la ONU es sólo el 0,003% del producto interior bruto mundial, pero el gobierno estadounidense no deja de acusar a la institución de ser demasiado cara.
—Igual es porque EE UU aporta el 22% de sus ingresos —ironizó el reportero de Actualidad Económica—. Pero de todas maneras la clave es que la ONU es fundamentalmente una onerosa burocracia antiliberal, entre inútil y dañina.
—Es urgente extender las funciones públicas del ámbito nacional al supranacional.
—Y, naturalmente, tú tienes la solución, que es…
—Ha llegado la hora de pensar en nuevos impuestos globales (sobre los ingresos corporativos, las cuentas offshore, las transacciones financieras internacionales, el patrimonio neto de los multimillonarios y la contaminación) para financiar las necesidades de un mundo interconectado y bajo presión.
Pauper Oikos, se despidió, no sin antes comentarle a Nervensäge Shcas con sarcasmo:
—Eso es: de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. Lo recomendó otro economista alemán.