Una nube de incienso anunció la llegada de Micaela Santa, la célebre filósofa. Pauper Oikos iba a hacer mutis por el foro, pero la estrella del pensamiento único le cortó el paso diciendo:
—El décimo aniversario de la crisis de Lehman Brothers ha servido para certificar una oportunidad perdida. Cuando aquello pasó, muchos pensamos que había llegado el momento de repensar el papel de los mercados. Nos prometieron reinventar el capitalismo, pero no lo hicieron.
—Porque, evidentemente, lo malo es el capitalismo.
—Es posible humanizar el capitalismo —prosiguió Micaela, ignorando el sarcasmo del reportero—. Creo que deberíamos debatir cómo reconciliar el sistema con los valores cívicos de una sociedad justa, partiendo de la certeza de que el neoliberalismo de las últimas tres o cuatro décadas fue el causante de aquel desastre. Un capitalismo sin regular genera desigualdad, destruye las comunidades y despoja de su poder a los ciudadanos.
—Un respeto a Salamanca que acaba de cumplir su octavo centenario, después de ver todas esas gansadas que enseñáis en Harvard —pidió Pauper Oikos—. Lo que hay que humanizar es el socialismo, y el desastre financiero fue producto de la intervención, no del liberalismo, que por supuesto no destruye ninguna comunidad, al contrario. Y lo que promueve la desigualdad y despoja a los ciudadanos de su poder y su dinero son los Estados, no las empresas capitalistas en el mercado.
Micaela Santa decidió matizar:
—No estoy en contra del mercado, sino de sus excesos. Me molesta cuando estos invaden áreas propias de la vida en sociedad: la familia, la educación, los medios, la salud o el civismo. Del mismo modo en que se enseña economía en los colegios, se debería impartir ética en las escuelas de negocios.
—Y se imparte.
—¿Queremos una sociedad en la que todo esté en venta?
—No te pongas dramática, por favor —rogó Pauper Oikos—. Y observa que si las cosas no se venden, es probabler que se impongan, como sucede en todas las variantes del socialismo.
—El intervencionismo es necesario —aclaró Micaela—. Por eso me preocupan las grandes empresas tecnológicas, cercanas al liberalismo: en su forma de ver el mundo no tienen cabida el control estatal o la intervención para evitar los desajustes del sistema.
—¿Por qué nunca piensa en los desajustes que crea la intervención?
Los dos amigos dieron por clausurada la discusión y se marcharon. Pauper Oikos consiguió arrancar una sonrisa a Micaela Santa. Lo logró cuando le dijo que el Premio Príncipe de Asturias es tan políticamente correcto que los liberales no aparecen casi nunca. Parece como si los jurados, antes de decidir el nombre de los galardonados, debiesen llamar a El País para solicitar su aprobación. En efecto, si el premiado es un economista, es Krugman; si es un cineasta, es Woody Allen; si es un cura, es de la teología de la liberación; si es una mujer latinoamericana, es Rigoberta Menchú. Y por supuesto, si se premia a una filósofa política, es…¡ella!