El cineasta Fernando Kinesia se encaró así con Pauper Oikos:
—¡Maldito algoritmo! Mi teléfono me ha delatado y ahora me ofrecen cosas que me gustan, y pico y compro.
—Pues si te gustan…
—¿No te das cuenta de que estamos en peligro? Captan palabras sueltas, quizás las que incluso pronunciamos durmiendo, y las transmiten a inmensas bases de datos para que nos conviertan en meros consumidores de cachivaches, píldoras, modos de vida, bulos, estadísticas trucadas que nos hacen dudar de lo que sabemos, de lo que pensamos, lo que creemos.
—Si te hacen dudar, eso es la sabiduría. Te recomendaría empezar a dudar, precisamente, de esas teorías conspirativas que, al insistir en que nos manejan las empresas, preparan el camino para que el poder político socave aún más nuestras libertades.
—Yuval Noah Harari dice que el libre albedrío no existe.
—Qué vieja bobada. Y cómo ha despistado Harari con sus libros, porque parece que si los lees ya eres un sabio.
Fernando Kinesia no iba a rendirse así como así. Le dijo:
—Pues entonces te puedo citar a Saskia Sassen, catedrática en Columbia y premio Príncipe de Asturias 2013 de Ciencias Sociales.
—No me digas más: si ganó el Príncipe de Asturias solo puede ser otro ejemplo de la corrección política.
—Afirma que estamos en manos de formaciones depredadoras y complejas, que nos explotan, y han llevado a una destrucción medioambiental de dimensiones nunca vistas.
Pauper Oikos respiró hondo antes de responder:
—Quod erat demonstrandum. No se pueden decir más bobadas en tan poco espacio: hay menos explotación desde la caída del comunismo (del que nadie dice nada), y el medio ambiente mejora, no empeora, a pesar de las jeremiadas que suelta el pensamiento único.
—Eres un ignorante —protestó su amigo—. Los algoritmos están diseñados por humanos (y los más complejos casi siempre, por físicos) pero, una vez creados, pueden dejar atrás a nuestras inteligencias. Malditos algoritmos que nos piratean.
El reportero de Actualidad Económica imploró a los cielos con las manos en alto, y entonces apareció el padre de la criatura, Al-Juarismi, el sabio persa del siglo IX, padre del álgebra, que comentó:
—El algoritmo, que, por cierto, se llama así en mi honor, es un procedimiento de cálculo. Cuando yo estaba vivo, y durante muchos siglos después, a nadie se le ocurrió pensar que esto iba a ser considerado una amenaza para la libertad humana. Al contrario, yo lo apliqué como se han aplicado las matemáticas siempre: para resolver problemas. De hecho, yo empleé algoritmos para cuestiones de la vida cotidiana, como la construcción, los contratos y el comercio. Los enormes avances que ha habido desde entonces deberían ser motivo de celebración, no de pánico.
—Pero Harari advierte de que nuestra amígdala puede estar trabajando para Putin —insistió Fernando Kinesia.
El matemático medieval suspiró y regresó al cielo, no sin antes recomendar a Pauper Oikos que también se marchara, cantando el clásico de Sam Cooke: Don’t know much about a science book.