Pauper Oikos procuraba evitar a su tía Colombres Salones, una señora política y económicamente correcta. Pero un día no pudo evitarlo, y ella le soltó su habitual consigna:
—La desigualdad de renta y riqueza se perfila como un tema destacado en la agenda social y política del siglo XXI.
—La desigualdad es un tomadura de pelo polisémica —sentenció el reportero.
—¡Qué dices, insensato! —tronó la venerable tía—. La excesiva desigualdad es una amenaza para el bienestar colectivo. La política tiene que intervenir y aplicar leyes y regulaciones para contrarrestar los incentivos de los decisores empresariales a extraer rentas, engañar y gestionar inadecuadamente los riesgos. Los tamaños empresariales en el mundo rivalizan en dimensión con los de los presupuestos de los gobiernos. Las empresas se relacionan de tú a tú con los gobiernos e influyen de muchas maneras en las decisiones políticas y económicas. Los liberales no tenéis discurso porque partís de la hipótesis de la competencia perfecta, los contratos completos y la información perfecta, cuando la realidad está más cerca de unos mercados con tendencias permanentes a la monopolización, contratos incompletos, información incompleta y asimétrica, y empresas que actúan como relaciones de poder.
Pauper Oikos, echando un vistazo a la puerta, replicó:
—Eso de que el liberalismo necesita los mercados perfectos es un camelo como una catedral, cómodo, eso sí, pero camelo de todas formas. Y siguiendo con los camelos, la desigualdad lo es, de entrada, porque nunca nadie explica por qué es malo que mi vecina sea cada año más rica que yo. También lo es porque la desigualdad en el mundo ha disminuido en las últimas décadas, gracias al enriquecimiento de cientos de millones de personas, sobre todo en Asia. En España no ha aumentado la desigualdad, a pesar de lo que se nos dice. Sigue siendo un bulo cuando nos contáis que el Estado tiene que intervenir, como si no lo hubiera hecho antes, o cuando habláis del poder económico en línea con Berle y Means (recordarás que admiraban su libro Baran y Sweezy) o el Nuevo Estado Industrial de Galbraith. Mira, tía, el poder económico solo es peligroso cuando realmente es poder, y solo es realmente poder cuando se asocia con ese Estado al que tanto admiras. A mí no me amenaza mi vecina rica, como tampoco me amenazan Jeff Bezos ni Amancio Ortega. La que sí me amenaza es la Agencia Tributaria.
—No me cuentes historias de impuestos —protestó la tía Colombres Salones—. Todos sabemos que existen los propios límites a la fiscalidad para que no llegue a convertirse en confiscatoria.
—Ni la primera página de Buchanan te has leído —interrumpió el reportero de Actualidad Económica, pero su tía no le hizo caso y continuó:
—Lo que procede es valorar de modo conjunto los mecanismos de creación y reparto de riqueza, atendiendo de modo especial a los colectivos menos favorecidos.
—Te refieres, por supuesto, a los contribuyentes —apuntó Pauper Oikos con socarronería, y salió huyendo.