Pauper Oikos encontró a su amiga Manolita Panza, la rechoncha y simpática escudera del pensamiento único, algo alicaída. Le preguntó qué le sucedía, y ella contestó:
—Parece que los liberales vais a tener razón siguiendo a Hayek: ahora todos los partidos son socialistas. El PP no cuestiona la necesidad de que el Estado proporcione a todos los ciudadanos de manera universal y gratuita una educación, una sanidad y unas pensiones dignas. Algunos en la derecha han coqueteado con la mismísima renta básica universal. Otro tanto sucede con la izquierda, si atendemos a la reconversión de tantos excomunistas a las filas del proyecto político socialdemócrata que antaño representaba a sus ojos la traición a la clase obrera por excelencia. Podemos, fuerza que, tras la travesía por diversos modelos de sociedad, parece haber decidido recalar en las tranquilas aguas de la socialdemocracia, cuanto más nórdica, mejor.
—No te olvides de Ciudadanos.
—No me olvido. El combate político en nuestras sociedades tiene mucho de combate por las palabras. De ahí que “progresista”, hasta no hace mucho sinónimo de izquierdista en sentido amplio y difuso, sea bandera de Ciudadanos, que congrega a la facción liberal de los sectores conservadores que prefieren escamotear su auténtico perfil autodefiniéndose como “liberal-progresistas”.
—Qué empanada mental la tuya, Manolita —dijo Pauper Oikos—. Para empezar, progresista es sinónimo de liberal, justo lo contrario de izquierdista. Además, la confluencia en torno al intervencionismo no es solo una idea de Hayek, sino que remite al teorema del votante mediano de Black, Downs y compañía. Y, lo más importante, tu lamento, que bien podría tornarse en aplauso ante el éxito de las variantes más vegetarianas del socialismo, ignora el punto político fundamental, que estriba en la contradicción entre los costes y beneficios del poder. Esa contradicción es lo que explica que vuestro discurso populista del gasto redistributivo y todas las cosas “dignas”, desde la vivienda hasta las pensiones, choca con la percepción de los ciudadanos, crecientemente hartos de pagar impuestos indignos para financiar vuestro paraíso socialdemócrata.
Manolita Panza no sólo no se enfadó sino que se hundió más en la melancolía, musitando:
—Si fuera cierto que tantos somos socialdemócratas, lo menos que se puede afirmar es que nos está luciendo muy poco, a la vista del rampante crecimiento de las desigualdades al que venimos asistiendo o del imparable desmantelamiento del Estado del bienestar que estamos padeciendo, por citar solo dos circunstancias, particularmente sangrantes, que definen la situación actual.
—Ese camelo sí que debería deprimirte, porque ni aumenta la desigualdad en el mundo ni muchísimo menos se “desmantela” el Estado del bienestar —la reconvino el reportero de Actualidad Económica—. Mira, te voy a dar una idea. En vez de seguir machacando a las trabajadoras con regulaciones e impuestos, los socialdemócratas podrías encabezar una opción liberal, o sea, progresista, y dejarles el bulo de la justicia social a los otros.
A Manolita Panza se le iluminaron los ojos y empezó a canturrear el clásico de Pete Seeger: We shall overcome.