Pauper Oikos le tuvo siempre cariño a su amiga Victoire des Chaussées, la ingeniera social francesa, autora del famoso libro Le Cercle Carré Progressiste. Siempre le pareció una mujer talentosa y amable, como suelen ser las personas progresistas, que sonríen de tanto decir a la vez una cosa y la contraria. Por eso, quedó desagradablemente sorprendido una tarde cuando la vio fuera de sí, lanzando dardos a una fotografía de Mario Vargas Llosa:
—¿Qué te pasa —le preguntó.
—El liberalismo es demasiado serio como para dejarlo en manos de los liberales. De quienes se autoproclaman liberales por reproducir las ideas de Adam Smith, Friedrich Hayek, o Isaiah Berlin. Aunque sea de forma tan elegante como Vargas Llosa en La llamada de la tribu.
—Claro, y entonces lo que tú propones es que el liberalismo sea de todos, es decir, que sea cualquier cosa.
—El verdadero liberalismo es cambiante. Se adapta a la realidad para defender su principio básico: que todos disfrutemos de la máxima libertad.
—Me lo temía —concluyó el reportero de Actualidad Económica.
Victoire des Chaussées procedió a exponer el pensamiento único:
—Un Estado liberal debería responsabilizarse de la educación, la sanidad, etc., y también del cuidado de mayores, dependientes e infantes. Porque si recae en las familias, acaba sobre los hombros de las mujeres, sobre todo de aquellas que no pueden pagarse una asistencia privada. Eso no es liberal, sino socavar la libertad de los más débiles. Por ello, los Smith, los Hayek o los Berlin del siglo XXI reclamarían unas políticas sociales tan amplias como las de los países del centro y norte de Europa —que, por ello y no a pesar de ello, encabezan las listas mundiales de economías libres. Vargas Llosa conoce bien el principio de mutación permanente del liberalismo. Pero, cuando llega la hora de las propuestas concretas, repite el viejo mantra liberal de que lo mejor es un “Estado chico”.
—Estás equivocada —replicó el reportero—. Vargas Llosa no rechaza tus ideas.
—No digas tonterías: si pide un Estado más pequeño —insistió la ingeniera gala.
—Sí, pero no mínimo, sino fuerte y legitimado en su coacción —respondió Pauper Oikos, abriendo el libro del escritor peruano—. Mira lo que dice: rechaza “reducir el liberalismo a una receta económica de mercados libres”. La moral pública “se ha resquebrajado debido al apetito de lucro…la gran crisis financiera moderna ha sido una expresión dramática de ese desplome de las ideas y valores hayekianos”. Su posición es que la libertad económica “debe complementarse a través de una educación pública de alto nivel y diversas iniciativas de orden social” incluyendo la Seguridad Social, pensiones públicas, cultura pública, etc. Para Vargas Llosa, igual que para ti, el Estado es “necesario, porque sin él no habría coexistencia ni aquella redistribución de la riqueza que garantiza la justicia —ya que la sola libertad por sí misma es fuente de enormes desequilibrios y desigualdades— y la corrección de los abusos”. En resumen, es un liberal que recomienda un amplio intervencionismo estatal. Los progresistas políticamente correctos no deberías atacarlo. ¡Es vuestro hombre!
Victoire des Chaussées le propuso entonces a Pauper Oikos ir a tomar un café al único bar que vieron abierto, y que se llamaba, obviamente, La Catedral.