Pauper Oikos volvió a encontrarse con Oxplis, el buey filantrópico que, como buen progresista, se obstinaba en reivindicar el intervencionismo, para lo cual, lógicamente, debía afirmar a la vez una cosa y la contraria. En esta oportunidad, Oxplis sonreía frente a una gran pancarta donde se podía leer: “Premiar el trabajo, no la riqueza”.
—¿Cómo puedes compartir semejante bobada? —preguntó el reportero de Actualidad Económica—. El trabajo es una fuente fundamental de la riqueza.
—De eso nada —objetó el humanitario vacuno—. El trabajo es explotación y la única riqueza que vale es la que el poder redistribuye. Para poner fin a la crisis de la desigualdad, debemos construir una economía para los trabajadores, no para los ricos y poderosos.
—Claro, y no te importa que el poder sea cada vez más grande y desigual, y usurpe cada vez más riqueza de los trabajadores.
—Recuerda la famosa frase de Brandeis: “podemos tener democracia o una enorme riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas a la vez”.
Pauper Oikos, con severidad, apuntó:
—El juez Brandeis, como muchos progresistas estadounidenses de finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue partidario de la eugenesia, igual que su colega Holmes, otra figura que adoráis los antiliberales. Thomas C. Leonard, un profesor de Princeton, cuenta esta siniestra historia en Illiberal Reformers. Louis Brandeis era intervencionista en otros ámbitos también. Sexista, como muchos hombres de su tiempo (y después), llegó a sostener que había que limitar el horario de trabajo de las mujeres porque, como parían a las generaciones futuras, entonces sus cuerpos debían ser considerados una propiedad colectiva.
—Eres un perverso antiliberal —denunció Oxplis, acusando el golpe—. Sabes que 40 millones de personas trabajan como esclavos, según la OIT.
—A vosotros no os preocupa la esclavitud, que el capitalismo abolió en el siglo XIX y el socialismo reintrodujo en el XX —respondió el reportero con sarcasmo—. Lo que odiáis son las empresas, sobre todo las grandes y exitosas. Aborrecéis a Zara, y sólo aceptáis a Mondragón; que no se note el capitalismo. Y, desde luego, no os preocupan los contribuyentes que no pueden escapar de las garras de Hacienda, sableados para pagar a los burócratas de la OIT, entre otros. Por fin, en medio de todas vuestras jeremiadas, no podéis evitar reconocer que en las últimas dos décadas las personas que viven en extrema pobreza cayeron a la mitad. Y los niveles de trabajo infantil en general han caído un tercio desde el año 2000.
—¡Hay que poner fin a la riqueza extrema! —mugió el buey espléndido.
Pauper Oikos comprendió que los progresistas están en contra de la riqueza, no de la extrema, sino de toda riqueza, precisamente porque está vinculada con el trabajo. Iba a responder, pero de pronto miró con atención a las niñas que sostenían el cartel, y que a su vez contemplaban al buey, aterrorizadas. Sintió un escalofrío. Oxplis, en cambio, no sintió nada. Es lo que les sucede a los idealistas que son espléndidos y caritativos con el dinero ajeno. Al final, no sienten nada. Y, a veces, incluso al principio.