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• “Un paisaje gris y desolado como la presión fiscal” es una frase afortunada… en mi opinión. Que no es, ni de lejos, la opinión de la mayoría de quienes, con su aplastante número, y merced al sufragio universal, hacen que mi opinión sea un cero a la izquierda, por decirlo con benevolencia, porque es mucho peor que ser un cero a la izquierda: es un no pintar absolutamente nada y encima portar el sambenito de antisocial, que es lo que se considera al liberal. El liberal ve, en efecto, grisura y desolación allá por donde pisan las pezuñas de ese caballo de Atila llamado, entre otras formas maravillosas de expresión como hachazo fiscal y tal, presión fiscal. Es sabido por quien lo sabe que por donde el caballo de Atila pasaba no volvía a crecer la hierba. Pero váyale usted con esta historia al sabio pueblo soberano, que todo lo sabe y por eso desprecia cuanto ignora, si se me permite la irónica floritura. La ley no escrita del pueblo dice que los impuestos son buenos por definición y sólo no quieren pagar impuestos (confiscatorios, que son los únicos que hay) los enemigos del pueblo (“¡a por ellos!”). Si los impuestos son buenos por definición, porque sirven para ayudar a los necesitados, hay que colegir que la sociedad actual, con los impuestos más altos que vieron los tiempos, es la sociedad más moral de la historia, cuando sucede que es lo contrario: la más inmoral de la historia, pues nunca contaron tan poco conceptos como el honor o la dignidad. Algo no encaja aquí. Y lo que no encaja es que no se tiene ni idea: en el régimen del autócrata Franco, sin ir más lejos, no había impuesto sobre la renta, que es un robo a mano armada y la cosa más comunista que hay pues es expolio directo y sin ambages de la propiedad privada. ¿Era por ello más inmoral? No sólo era más moral, sino hasta más valiente y más elegante y más todo: los españoles de antes le daban cien vueltas a los de ahora, y los españoles actuales no le llegan a los de hace, pongamos, cinco décadas ni a la suela del zapato. ¿O va a resultar ahora que la existencia del llamado IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) es lo que determina el grado de moralidad de una sociedad, y si lo hay esa sociedad es moral, y cuanto más robe ese IRPF, más moral, y si no lo hay, entonces estamos ante una sociedad menos moral? ¡Venga ya, hombre, que no consta que Jesucristo pagara el IRPF y no por eso lo crucificó Hacienda! Pero es lo que hay: la gente tiene el tarro perfectamente comido con que los impuestos son buenos, y el que no quiera estar sometido a su dictatorial expolio es un pájaro de cuenta. He aquí un botón de muestra de lo que digo. Fernando Sánchez Dragó tiene publicado un artículo en El Mundo del 19 de junio de 2016 en cuya versión digital se puede leer este comentario de un lector cargado de razón, porque para eso él es sabio pueblo soberano y sabe: “Yo leía sus libros.., pero desde que leí en una obra suya..que los impuestos eran malísimos.., ya no sigo tanto a este señor. Me parecen ridículos los bodhisattvas locuaces y alérgicos a Hacienda”. ¿Alérgico a Hacienda ha dicho? ¿Nada menos que alérgico? ¡Pecador, pecador, que es usted un pecador! Y no es broma lo de pecado, que es lo que se comete contra la voluntad de Dios, que ahora, por esas cosas de la vida, es la de Hacienda.