Cristina Fernández de Kirchner vuelve, no como candidata a presidenta sino a vicepresidenta, como acaba de anunciar sorpresivamente, junto con el ex jefe de gabinete, Alberto Fernández, que fue en tiempos crítico con la senadora y ex presidenta. Un caso insólito donde la vicepresidencia anuncia el candidato a la presidencia. Pero «el cristinismo es inagotable en extravagancias», como apuntó Joaquín Morales Solá en La Nación.
Sea como fuere, lo que no parece es que doña Cristina esté pensando en volver, ajustándose al famoso tango, con la frente marchita. Sugirió el Financial Times que la mala situación económica explica el nuevo impulso del peronismo kirchnerista. Desde luego, el Gobierno actual ha sido una decepción; renuente a liberalizar y reducir el gasto público, Mauricio Macri —a quien he llamado “el Rajoy argentino” en estas páginas de Actualidad Económica— preside una economía languideciente y con tensiones en la inflación y el tipo de cambio.
No se trata en ningún caso de considerar a Macri peor que el kirchnerismo, porque me resulta difícil encontrar algo peor. Ahora bien, incluso reconociendo la deficiente administración macrista, no deja de resultar sorprendente que después de su desastrosa, sectaria y corrupta gestión exista la posibilidad de que la señora de Kirchner pueda instalarse nuevamente en la primera o segunda línea del poder en mi Argentina natal. Por seguir con Volver, podemos recordar sus amargas e inquietantes líneas: “Tengo miedo del encuentro/con el pasado que vuelve/a enfrentarse con mi vida”.
Ahora bien, ¿qué peronismo, qué kirchnerismo, o qué Cristina podría volver? Si en su Gobierno prevaleció una línea izquierdista radical, ahora el tono es diferente. Parece que vuelve el peronismo original con tintes fascistoides, que fue hegemónico en las dos primera presidencias del general Juan Domingo Perón, entre 1946 y 1955, y que también marcó su tercer y breve mandato, de 1973 a 1974, tan lamentable como los otros dos, y que terminó con su muerte y el acceso al poder de la inefable “Isabelita”.
En su reciente y exitoso libro, titulado Sinceramente (osadía no le falta, desde luego), y en sus declaraciones públicas, la señora Cristina Fernández de Kirchner apunta a la promoción de “un contrato social que involucre a todos”, mencionando explícitamente a los empresarios y los sindicatos.
Esto inmediatamente hizo que los analistas evocaran (no a Rousseau ni a Locke, desde luego, sino) los pactos sociales, una antigua tradición corporativista —de la que España, por cierto, no es ajena— cara al peronismo, y que se ensayó por última vez en vida de Perón en 1973 con el ministro José Ber Gelbard.
Se trata de brindar una imagen de moderación, y nunca de proteger las libertades, que el peronismo no ha amparado. Martín Simonetta, director ejecutivo de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre, escribió en Infobae: “El objetivo es un perfil público renovado, sin una visión de enfrentamiento de clases, de ricos versus pobres o generadores de empleo versus empleados. No fue Marx sino Mussolini el inspirador de esta nueva visión del Estado. Ni más ni menos que la visión originaria que Perón trajo de Italia y que dio a luz a este fascismo vernáculo llamado peronismo”.
Se entienden así desde las referencias elogiosas de la ex presidenta a Donald Trump, por su proteccionismo (“capitalismo nacional” lo llaman los peronistas), hasta las reuniones discretas que su ex ministro Kiciloff habría mantenido con el FMI. Un nacionalismo más o menos atemperado, pero ya no el bolivarianismo o el castrismo, banderas difícilmente ilusionantes en los tiempos que corren.
Es verdad que el peronismo siempre ha sido finalmente dañino para los trabajadores, con lo que cabe anhelar que doña Cristina no sea vicepresidenta, ni presidenta, ni ocupe ningún cargo desde el que pueda seguir hostigando derechos y libertades, y que continúen los procesos judiciales a los que se enfrenta por corrupción.
No hay que perder las esperanzas, ni siquiera en la Argentina. Después de todo, el propio tango Volver termina así: “guardo escondida/una esperanza humilde/que es toda la fortuna/de mi corazón”.