Pauper Oikos fue a visitar a su amigo, el Viejo Pensador Progre, que, fiel a sus dogmas políticamente correctos, entonó un clásico lamento:
—El desarrollo y el consumo arrasan con las formas de vida populares y producen una homologación cultural sin precedentes. Es la revolución antropológica neoliberal.
—Vuestra antropología progre es reaccionaria. La izquierda…
—No me hables de la izquierda —interrumpió el anciano intelectual—. Mis antiguos compañeros pelean hoy contra molinos de viento, sin percibir a los nuevos gigantes.
El reportero de Actualidad Económica redondeó su argumento:
—Sois reaccionarios porque habláis de formas de vida populares sin pensar en la vida del pueblo. Lo que deploráis como homologación cultural es que cientos de millones de trabajadores puedan acceder a cosas que antes estaban reservadas a una minoría, por ejemplo, el consumo más allá de la subsistencia. Y ahí es cuando vosotros ponéis el grito en el cielo. Despotricáis contra los coches o el turismo precisamente cuando los trabajadores pueden disfrutar de ellos en masa. Y a esa verdadera revolución pacífica y progresista la despreciáis llamándola “neoliberal”.
—Tú no tienes ni idea —resumió el Viejo Pensador Progre—. El neoliberalismo se analiza como una política económica o una ideología, la política del ajuste y la fe en la mano invisible, pero en realidad es la extensión de la lógica empresarial y el cálculo económico a todas las dimensiones de la vida, incluida la relación con uno mismo.
—Para ser viejo, te olvidas de las viejas ideas —ironizó Pauper Oikos—. Los liberales siempre han insistido en que sus prioridades no son exclusiva ni fundamentalmente económicas.
—¿Y qué me dices de los nuevos gigantes? Los liberales seguís hablando de Estados cuando en realidad solo hay marcas y empresas compitiendo ferozmente entre sí por flujos de inversión. Es el nuevo poder que reside en los mil dispositivos que pueblan nuestra vida cotidiana.
—Otra vez la paranoia totalitaria.
—De paranoia, nada, nos persiguen de verdad —subrayó el erudito provecto— El neoliberalismo fabrica un tipo de ser humano, un tipo de vínculo con los demás y con el mundo: el yo como empresa o marca a gestionar, los otros como competidores, el mundo como una serie de oportunidades a rentabilizar. No hay ninguna idea de sociedad por fuera del modelo antropológico neoliberal, encarnado perfectamente por Trump. El fascismo posmoderno es la tentativa de plegar el mundo entero a la lógica del mercado.
Pauper Oikos iba refutar esos dislates, porque fabricar hombres nuevos es propio del socialismo, no del liberalismo; porque el retrato del mundo como un gran mercado choca con el intervencionismo masivo de las autoridades; porque Trump es cualquier cosa menos un liberal enragé; y porque el fascismo, moderno y posmoderno, sigue siendo tan enemigo de la lógica del mercado como siempre. Pero no pudo hacerlo. El Viejo Pensador Progre, agotado por sus propios tópicos antropológicos, se había quedado dormido.