La encíclica Fratelli Tutti pareció lograr un milagro: la izquierda aplaudió al Papa, haciendo suyo el mensaje de Francisco. Pedro Sánchez la citó en la tribuna del Congreso, como si él fuera un gran amigo de la Iglesia Católica. Varios líderes socialistas, comunistas y populistas, de inveterada y reconocida aversión a las religiones en general, y a las judeocristianas en particular, aplaudieron al Papa con entusiasmo. La felicidad vaticana embargaba al diario El País y sus columnistas. Allí, leí, por ejemplo: “El Papa arremete contra el neoliberalismo…una larga encíclica de marcado carácter social….defiende una suerte de mirada del mundo que bien podría redefinir los valores del socialismo actual”.
Evidentemente, no se trataba en ningún caso de defender realmente a la Iglesia sino de utilizar al sucesor de Pedro para promover la agenda política de la izquierda. Como ya he explicado en más de una ocasión, estas estratagemas carecen de base, porque la Iglesia no es de derechas, ni de izquierdas, sino de todos.
Me propongo ahora analizar, en esta encíclica en concreto, solamente lo que dice Su Santidad sobre el liberalismo, para ponderar si los plácemes de tantos socialistas, y el recelo de muchos liberales, tienen fundamento.