Las ayudas a las empresas están lógicamente prohibidas en la Unión Europea: en un mercado único, las empresas deben competir en condiciones de igualdad. The Economist apuntó: “El restringir las ayudas públicas frustra a los políticos intervencionistas –que son muchos– pero resulta vital para impedir que los contribuyentes, los consumidores y los competidores paguen los costes de un mercado amañado”.
La crisis del coronavirus, como era de esperar, ha debilitado las normas europeas. Hoy hablamos en España del rescate solicitado por Globalia, pero nuestro país no es ninguna excepción. Hay torrentes de dinero público comprometido en varias naciones. Todo empezó con la modestia de socorrer a las pymes, y al poco tiempo ya estábamos inmersos en los campeones nacionales, como Renault en Francia, Lufthansa en Alemania, y otros también “estratégicos”.
El plan europeo, saludado con entusiasmo en todas partes, y por el cual Warren Sánchez fue bochornosamente aplaudido en la Moncloa, ha dado carta de naturaleza a estos rescates, y podemos predecir que se formarán colas para cobrarlo.
Los riesgos, sin embargo, son considerables, empezando porque aquí nadie rescata a los contribuyentes, que son los que pagarán el supuesto regalo europeo. Pero también corre peligro el mercado único y la posibilidad de tener empresas europeas competitivas: nunca las tendremos si no hay economías abiertas.
Ahora bien, ante la crisis sólo parece viable el socialismo, y solo parece sencillo refutar los argumentos de sus variantes más carnívoras. Digamos, es evidente que la ultraizquierda populista aprovecha la situación para vender su habitual mercancía averiada: hay que nacionalizar empresas, aumentar considerablemente el gasto público, expandir el Estado, evitar que se fusionen CaixaBank y Bankia, etc. Edulcoran esto alegando que solo lo van a pagar los ricos. El derrumbe de las expectativas electorales de Paulita Naródnika y sus secuaces revela el escueto respaldo que las trabajadoras se disponen a brindar a tamañas fantasías.
Algo más sólidas semejan a primera vista las viejas tesis del socialismo vegetariano hegemónico. Parece de sentido común que en una crisis no podemos ser liberales; que hay que actuar de inmediato para impedir que las empresas cierren y los empleos se pierdan; que si la gente no gasta, el Estado debe gastar en su lugar; y que los políticos y los expertos pueden manejar bien el dinero público, orientándolo a rescatar empresas solventes y a invertir en sectores de futuro.
Cuando caemos en la cuenta de que lo anterior son exageraciones, errores, mitos, caramelos envenenados, que pueden, y generalmente suelen, ser remedios peores que las enfermedades, ya es tarde. Se ha anudado la acostumbrada alianza entre políticos, burócratas, intelectuales, sindicalistas y empresarios no competitivos, y el resultado del amaño de los mercados es que, como siempre, aquí nadie la rescatará nunca a la principal perjudicada: usted, señora.