La palabra más repetida a la hora de ponderar el acuerdo alcanzado por los Veintisiete fue “histórico”. Sin embargo, casi nadie señaló el verdadero motivo por el cual el desenlace de la cumbre es digno de pasar a la historia: se pusieron de acuerdo en que le van a quitar más dinero que nunca a usted, señora.
Todo lo demás, en realidad, fue un “déjà vu”, desde las reuniones maratonianas, hasta la terrible decepción ante el fracaso de la cumbre, que siempre da lugar a que, de madrugada, arribe por fin el anhelado consenso. Todos sonríen, agotados de tanto ayudarnos, pero satisfechos. Podrán regresar a casa a contarles a sus electorados que, dadas las circunstancias, han ganado. Y, dadas las circunstancias, es verdad: ellos ganan. La que no gana es usted.
Usted pierde como pierden los ciudadanos ante el Estado moderno, es decir, si no puede evitar que, en la vorágine del juego redistributivo, el balance entre la suma total de lo que usted recibe de las Administraciones Públicas y la suma total de lo que usted les paga sea deficitario para usted. No es, por supuesto, un cálculo sencillo, pero sí cabe una sencilla hipótesis: cuanto más aumenten el gasto, los impuestos y la deuda pública, más difícil le resultará a usted alcanzar un superávit en su forzado “intercambio” con los poderes públicos —las comillas son indispensables, claro, porque no hay un comercio ni un trueque genuino entre la gente y el poder, porque la política no es como el mercado; de la misma forma, los Estados no son club, porque de los clubes usted se puede marchar, pero nunca podrá hacerlo de todos los Estados.
También pierde usted porque la habrán intoxicado con torrentes de propaganda, incluyendo el dogma político por excelencia, según el cual con más gasto y más deuda se frenan las crisis y se garantizan las recuperaciones. Pensamiento mágico donde los haya, como si la expansión fiscal no tuviera costes ni contraindicaciones.
Hablando de costes, también intentarán engañarla alegando que el verdadero problema de Europa no son los impuestos altos de Francia o España, sino los impuestos relativamente bajos de los Países ídem.
Y hablando de impuestos, los famosos 750.000 millones no caerán del cielo sino de un salto en la emisión de deuda de la UE, deuda que será sufragada mediante la creación de nuevos impuestos. No tengo que explicar quién los va a pagar en última instancia, ¿verdad?
Con todos, hay dos datos para el optimismo. Uno es la creciente consciencia entre los ciudadanos europeos de estos camelos que les intentan colar sus autoridades. Y el otro es un clásico de las incursiones políticas contra la libertad y los derechos de la gente: todo fue malo, pero pudo ser peor.