Libertad a la defensiva

Dani Rodrik, economista y catedrático en Harvard, sostiene en La paradoja de la globalización (Editorial Antoni Bosch) que “los mercados tienden a formar burbujas”, como si el dinero y la banca fueran producto del mercado libre; que los problemas económicos se derivan de la fe en que “la intervención del gobierno es ineficaz y dañina”, como si esa intervención hubiese disminuido apreciablemente en las últimas décadas; que el Estado debe intervenir para volver la globalización “más eficaz, más justa y más sostenible”, como si fuera patente que puede hacerlo; que el mejor sistema fue el de Bretton Woods, pero resultó insostenible por la movilidad del capital y la crisis del petróleo “de la década de 1970”, como si no hubiera estallado en 1971, antes de esa crisis; que “los mercados y los gobiernos se complementan, no se sustituyen”, como si libertad e imposición no fueran distintas y opuestas; que el mercado está en contra de “los valores sociales o los objetivos colectivos” o “el comportamiento cooperativo”, como si la sociedad abierta dependiera de objetivos comunes, igual que las tribus, o como si la cooperación fuera inexistente en el mercado; y hablando de cosas inexistentes, asegura que lo malo es el “fundamentalismo del libre mercado”, el habitual bulo que atribuye los males a una libertad excesiva y ficticia.

Todas estas falacias aparecen sólo en la introducción. El resto del volumen las desarrolla con destreza y un objetivo: convencernos de que la libertad es mala. Por ello estamos ante un libro imprescindible para los políticamente correctos, al proporcionarles lo que más desean: una argumentación para recortar la libertad ¡en defensa de la misma! Porque así se presenta Dani Rodrik: un defensor de la globalización, del capitalismo, del mercado, del comercio, pero todo el libro, siempre desde la prudencia y la moderación, está dedicado a atacarlos. Como escribió Pedro Fraile en una excelente reseña: “Casi todos los enemigos del librecambio defienden el proteccionismo de manera oblicua…El lector es conducido con habilidad de un miedo a otro de los muchos que jalonan la liberalización del comercio” (http://goo.gl/i49hU).

Y así va arrinconando a la libertad, que está siempre a la defensiva, refutada de Keynes a Stiglitz  por una sucesión de fallos del mercado que el autor presenta como axiomas.  Al final, ante el trilema: “no podemos perseguir simultáneamente la democracia, autodeterminación nacional y globalización económica”, no hay más salida óptima que un gobierno mundial y, dado que no es realista, la recomendación es, tachán tachán: recortar la libertad, sólo un poquito, sólo para “equilibrar” Estado y mercado, sólo moderadamente, con un nuevo impuesto pequeñito, para conseguir una “globalización inteligente”, etc. Como señaló Hume: la libertad nunca se pierde toda de una sola vez. En pro de la democracia y los “objetivos sociales” tenemos que aceptar un nuevo recorte, porque el libre comercio es malo, los consumidores no saben elegir, etc.  Así como todo se arregla con menos libertad, Rodrik proclama que cuando el gasto público llegó al 40 % de la renta nacional, eso fue “el mayor logro del siglo XX”; dice que en los países democráticos las instituciones reflejan “las preferencias de sus ciudadanos”, cargándose un abanico que va de Condorcet a Arrow; y asegura que a los europeos les gusta pagar muchos impuestos, justo lo contrario de lo que dicen los europeos cada vez que les preguntan.