La izquierda ve fascistas en todas partes, menos cuando se mira en el espejo. Podría mirar mejor.
Hace diez años, en este mismo rincón de Expansión, señalé la antigua concomitancia de los totalitarismos, desde que los progresistas abrazaron el fascismo en la década de 1920, y Mussolini jaleara el New Deal de Franklin Roosevelt — cf. Panfletos Liberales III, LID Editorial, 2013, págs. 137-142.
El paso del tiempo desdibujó esa relación, porque los progresistas abandonaron el fascismo por el comunismo. Pero tras la caída del Muro de Berlín ha vuelto a florecer, bajo la forma del populismo, una inteligente manera que tuvo la extrema izquierda de escapar de la memoria democrática de los crímenes comunistas, y de resituarse en la arena política. Cabe evocar dos oportunidades en la historia reciente de nuestro país: en la transición, cuando tantos falangistas se pasaron al PSOE, y en estos últimos años, con el auge de Podemos.
A las huestes del señor Iglesias les escandalizará la sospecha de que son fascistas, cuando han hecho del antifascismo su razón de ser. Tengo malas noticias, y no las digo yo sino el propio Pablo Iglesias: “Entramos en un nuevo paradigma donde la defensa de lo público se convierte en una necesidad transversal, donde la defensa de los instrumentos soberanos de países que tienen que enfrentarse a una situación de pandemia va a implicar cambios muy amplios, y donde los comunes, la defensa de lo que nos construye como sociedad —la sanidad pública, los servicios sociales, los sistemas de seguridad y protección social, el compromiso de las grandes empresas con las bases materiales de la democracia— son imprescindibles para afrontar el futuro con el que nos encontramos”.
Es una buena síntesis del fascismo. Desde la transversalidad al corporativismo (“compromiso de las grandes empresas”), pasando por el proteccionismo (“instrumentos soberanos”) y el uso de la crisis para expandir el poder político. Estas ideas y consignas habrían sido aplaudidas por el Generalísimo Franco, y también por su admirador, y huésped, el general Perón, que, igual que Pablo Iglesias, habló de construir la sociedad, “la comunidad organizada”.
Y todo este antiliberalismo radical habría fascinado a Benito Mussolini, un enérgico defensor de lo público, aunque él no se andaba con remilgos y hablaba directamente del Estado. Afirmaba también que la libertad individual era una reliquia frente al moderno pueblo en marcha, igual que ahora proclama Iglesias que todo el mundo es antiliberal —llama todo el mundo a los políticos del PP y Ciudadanos, sobre cuyo liberalismo caben dudas.
Por su canto a la política y su aversión a la libertad en la sociedad civil, don Benito habría saludado a Iglesias como saludó a Roosevelt, diciendo: “Lei è un vero fascista”.