A comienzos de verano, la empresa Missguided anunció que iba a poner a la venta diariamente durante un tiempo determinado 1.000 bikinis de color negro al precio de solo una libra esterlina, o 1,20 euros.
Muchos internautas se indignaron, y se montó una polémica en los medios de comunicación, con protestas airadas de los ecologistas y las ONGs, y llamamientos a poner coto a un desastre sin límites producto de la falta de sostenibilidad y hasta de ética en la moda low cost. La prensa se puso estupenda, y The Telegraph se apresuró a expresar en twitter su opinión sobre el bikini fast fashion en cuestión: “es profundamente problemático: ha llegado la hora de que el Gobierno intervenga en la moda rápida”.
Varias organizaciones de consumidores proclamaron que un bikini no podía venderse éticamente a un precio tan absolutamente irrisorio, y reclamaron a las compradoras que se abstuvieran de adquirir un producto que, sin duda alguna, era un producto de la explotación inicua de los trabajadores del sector textil.
El pensamiento único repitió que la gente no sabe administrar su dinero y, como afirmó la plataforma Fashion Revolution, si la ropa es muy barata, ello “anima a comprar más cosas de las que necesitamos, sin pararnos a considerar si valoraremos estas prendas a la larga”. Y, por fin, como si esto fuera poco, los bikinis dañan el medio ambiente, porque están hechos con poliéster.
Son todos camelos, algunos muy antiguos, como la idea de que si hay productos de bajo precio, ello equivale siempre a bajos salarios. Una y otra vez desmentida por la teoría y la práctica, esta ficción perdura. También persiste la arrogancia de las élites que pretenden saber mejor que la gente cómo administrar el dinero de la gente. El bikini barato estaba hecho con poliéster, como buena parte del resto de la ropa que usamos las mujeres y los hombres. Las mismas mujeres y los mismos hombres que compramos ropa y otras cosas de usar y tirar sin que ello signifique que somos asesinos del planeta.
Como es habitual en estos escándalos, las personas más relevantes resultan ignoradas, a saber: las que venden y las que compran. La empresa emitió de inmediato un comunicado explicando que, efectivamente, se trataba de una acción promocional, que no solo no reportaba beneficios sino que producía pérdidas, que las ganancias de la empresa absorberían durante el lapso de la promoción.
Y, por fin, el grupo más importante: las mujeres que compran lo que los vendedores venden. Una vez más, aquí las mujeres probaron la baja opinión que tienen de tantos listillos que las desprecian, y que odian todo lo que sea bonito y esté al alcance de muchas personas. Las clientas de Missguided compraron en masa, y el bikini barato se agotó.