Sánchez falló en su investidura, pero presentó un plan económico. Como va a seguir gobernando en funciones, y no está descartado que pueda ser investido en el futuro, conviene prestarle atención.
Se trató de una sucesión de propuestas antiliberales. Todos sus objetivos, en efecto, tienen bellos nombres y comportan un mayor gasto público y un recorte de los derechos de los ciudadanos. Sánchez comprometió la acción de su Gobierno en muchos ámbitos: emergencia climática, control de alquileres, banco público (o algo parecido), lucha contra los “nuevos monopolios” y la amenaza tecnológica al empleo, las desigualdades, la brecha salarial y hasta la dramática pobreza infantil, con un 26 % de niños “malnutridos”.
Uno puede descartar las proclamas apocalípticas alegando que el escenario pavoroso que pintó Sánchez no existe, y que solo pretendía congraciarse con Podemos —uno de cuyos jerarcas aseguró que en España hay dos millones de niños desnutridos. Otro tanto vale para la cercanía con los sindicatos y el truco de “derogar los aspectos más lesivos de la reforma laboral”. También cabe descartar el mensaje izquierdista de que es necesario revertir los “años de deterioro de nuestro Estado de bienestar”. Las cifras del gasto público indican que el famoso “austericidio” fue fundamentalmente un camelo.
Pero lo importante es que Sánchez proclamó esas falsedades como si fueran verdades, y las contrastó con sus abnegadas propuestas donde prometió dignidad para todos y todas: salarios dignos, vivienda digna, pensiones dignas, todo digno. Se llenó la boca con objetivos cuantitativos sonoros, como el 5 % del Presupuesto para educación o el 20 % del PIB como meta para la industria. Acusó a Podemos de querer “controlar la economía de este país”, pero el mensaje era que la iba a controlar él.
Es imposible lograr los objetivos socialistas sin subir los impuestos. Y aquí Sánchez estuvo magnífico. Sólo mencionó la palabra impuestos cuando habló de “una plataforma”, que es Netflix, que paga poco al fisco español. Ese es el mensaje fundamental: hay que perseguir a las malvadas multinacionales, y con eso los demás estaremos a salvo. Es una mentira, pero la repiten sin cesar.
Para darse aires de estadista, insistió en la necesidad de sanear las cuentas públicas, bajando el déficit y conteniendo la deuda, pero ya no habló de impuestos salvo elípticamente, en dos ocasiones. Se refirió a que los ingresos subirían “con el ciclo económico”, peligrosa teoría que dejará a los contribuyentes a los pies de los recaudadores si el ciclo se da la vuelta, que se la dará. Y, por fin, al hablar de la “sostenibilidad” de las pensiones, propuso la alternativa mágica: “nuevas fuentes de financiación”. A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Repitámoslo: todo el plan económico de esta gente tan progresista, con redistribución y “predistribución”, todo este paraíso igualitario, adolece del clásico problema socialista: no se puede alcanzar sin saquearla aún más a usted, señora.