No puede haber economía sin rendir cuentas de la acción humana, igual que no puede haber sociología si uno parte de la base, como Mandeville o Rousseau, de que no hay en los seres humanos impulsos sociales.
Pero ello, como dice Buchanan en What should economists do?, requiere alejarse del enfoque asignativo de la economía, característico de la teoría neoclásica. No es una cuestión de que sus modelos son irreales: todos lo son. El error de los economistas es convertir “la conducta del individuo que elige desde un contexto social-institucional a uno físico-computacional”. Las personas actuamos porque el mercado no es un mecanismo sino un proceso que anuda un conjunto de relaciones sociales que permiten la posibilidad de ganancia.
Si el mercado es solo un mecanismo, entre otras opciones, entonces nos adentramos en el terreno que nubla la distinción entre libertad y coacción. Lo recorrieron grandes economistas, como Samuelson, que insistieron en que Estado y mercado son solo dos sistemas alternativos de asignación de recursos.
De ahí el éxito de los fallos del mercado, presentados como prueba de que la coacción es mejor que la libertad, cuando el problema no es divinizar esta última, como si las personas no tuviésemos defectos, sino concluir que los ciudadanos no podrán buscar voluntariamente soluciones para resolver los problemas que afrontan.
El economista ha de estudiar estos posibles arreglos cooperativos, y la coerción que impide que surjan. Así delimita los campos Buchanan: “La economía es el estudio de todo el sistema de las relaciones de intercambio. La política es el estudio de todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas”.
Cien años antes de Buchanan, Bastiat señaló las dificultades del liberalismo: “La desconfianza hacia el comercio libre es sincera. En caso contrario, no podría haber tanta gente asustada ante la libertad”. Un problema clásico es: “A los enemigos del mercado libre les bastan unas pocas palabras para establecer una media verdad, mientras que, para probar que es una media verdad, los liberales hemos de recurrir a disertaciones extensas y áridas”.
El intervencionismo triunfa al centrarse solo en el bien que hace, ocultando el daño que inflige. Así, mucha gente aprueba un mayor gasto público, desatendiendo su coste fiscal, o la prohibición de los desahucios, ignorando que ello encarece hipotecas y alquileres a millones de personas.
Un daño perpetrado por el antiliberalismo es precisamente el aval al mayor experimento redistributivo de la historia: el Estado de Bienestar. Lo detectó Bastiat en la introducción a sus Sofismas Económicos, donde entrevió qué pequeño podría ser el Estado liberal, en contraposición al intervencionista y redistribuidor. Dijo entonces que los liberales podemos aceptar pagar unos impuestos bajos al Estado, pero rechazamos de plano que los ciudadanos nos cobremos impuestos los unos a los otros.