Muy pocos economistas llegarán a ministros. Luis Garicano, figura destacada del Partido Ciudadanos, puede ser uno de ellos. De ahí que convenga prestar atención a este libro [El contrataque liberal], bien escrito y que nos sitúa ante un mundo con graves problemas, como dice el subtítulo, “entre el vértigo tecnológico y el caos populista”.
Antes de que pueda usted pararse a pensar si de verdad esos son sus inconvenientes de usted, el libro avanza ágilmente, en tres partes: la disrupción económica, la disrupción política, y propuestas.
Desde el principio el autor respalda la economía de mercado, y por eso la izquierda le ha colgado el sambenito de “neoliberal”, o denuncia que Ciudadanos es “el partido del Ibex 35”. Deberían hacérselo mirar, porque el profesor Garicano, como el grueso de la profesión, defiende al mismo tiempo el mercado y la intervención, sin terminar de aclararse sobre los límites del Estado.
Su enfoque podría ser compartido por antiliberales de variada condición. Habla de “ganadores y perdedores”, de la desigualdad, y de que “recuperar la soberanía es recuperar la capacidad de dirigir el destino de España y de Europa frente a las fuerzas ciegas y globales del cambio tecnológico y la globalización”. El Estado de bienestar es imprescindible, tanto como la coordinación del Estado para “proteger a los perdedores y facilitar la transición tecnológica”. Europa debe “luchar contra el poder de monopolio en los mercados digitales, contra la elusión fiscal” y para que los “frutos de la robotización se repartan entre todos de forma equitativa”.
Cuando el doctor Garicano habla de impuestos, es para urgir que las empresas multinacionales y las personas más ricas paguen más. Asegura que su preocupación es la clase media, pero no recomienda reducir su factura fiscal.
A continuación, el libro entra en la política, subrayando que la crisis y el miedo a la tecnología animan el populismo, y la impresión que gana el ánimo del lector es que lo malo estriba en la insuficiencia del poder político: “nadie tiene la autoridad para imponer, a los agentes globales, las decisiones adoptadas en el área de la política local”.
Ya en la parte de las propuestas, Garicano plantea nociones liberales, como cuando condena los privilegios de los sindicatos y los burócratas, reacios a las reformas en el campo educativo, o cuando pondera con justicia y acierto a los notables empresarios españoles, y saluda a los mercaderes “que buscan el beneficio propio, ya no sin hacer nada malo a los demás, sino cumpliendo los deseos de los otros”. Pero al mismo tiempo incurre en tópicos caros al progresismo como el de “renovar el contrato social”, y subrayar el “papel central del Estado…que pueda resolver los problemas de los ciudadanos…un Estado efectivo, capaz de imponer su voluntad”.
Despacha rápidamente el problema autonómico, repite la consabida crítica al cupo vasco, y habla de una reforma constitucional para distribuir competencias “con absoluta claridad”, aunque sin aclarar cuáles ni cómo, salvo expresando un admirable optimismo al reclamar “lealtad y buenas intenciones”. Está muy bien, igual que está muy bien pedir “una Europa eficaz”, pero sabe realmente a poco en un libro de un economista liberal que puede ser ministro y al que usted podría legítimamente preguntarle: “don Luis, y todo esto ¿cuánto me va a costar?”.
Pues, lo siento, no queda claro, pero sospecho que algo le va a costar a usted, porque Garicano no dice nada de bajarle los impuestos a usted. En cambio, dice bastantes cosas sobre subirles los impuestos a las empresas y que haya bases imponibles comunes en toda la UE —es verdad que admite tipos diferentes, pero aplaude una mayor presión fiscal a las grandes empresas de internet. Quiere también una política industrial a escala europea, nada menos. No veo en este libro propuestas que terminen incidiendo en el alivio de los contribuyentes. Y Garicano y sus compañeros de Ciudadanos son los liberales, señora. Imagínese lo que serán los otros.