Se esperaba que el Fondo Monetario Internacional rebajara sus expectativas, y así ha sido. Hace pocos días nos avisaba el BBVA, que recortó sus previsiones de crecimiento para España este año 2019 al 2,2%. En esa línea se inscribió ayer el FMI, que estima un 2,1 %. El desempleo permanecerá según el Fondo en una tasa ligeramente superior al 14 % este año y el próximo.
El contexto internacional es poco halagüeño, en especial para la eurozona, adonde se dirigen casi las dos terceras partes de nuestras exportaciones: no mejora Francia (1,3 %), se frena Alemania (0,8 %) y se estanca Italia (0,1 %). Naturalmente, el FMI se puede equivocar, pero los datos sugieren un contexto mundial y europeo en desaceleración. Sólo los muy optimistas pueden creerse que las medidas de estímulo del BCE anunciadas para septiembre realmente reconducirán la actividad económica al alza.
En el caso concreto de España, lo malo es que Warren Sánchez y compañía no solo no preparan la economía española para los malos tiempos sino que la debilitan aún más.
El paro empeorará con la demagogia de la izquierda, que ha jaleado la subida del salario mínimo, que tanto el BBVA como el Banco de España han señalado que afectará negativamente al empleo.
Y lo que se les ha ocurrido a los socialistas es lo de siempre: gastar más dinero ajeno. Eso podrá maquillar el paro, dado el aumento en las plantillas del sector público, mientras que fuentes genuinas de creación de riqueza, como la industria o el turismo, pierden vigor. El Gobierno también ha lastrado la creación de empleo mediante el destope de las cotizaciones sociales, la regulación más intervencionista del alquiler, y la delirante demonización del diésel.
Así como es pura fantasía el creer que la expansión monetaria mágicamente impedirá cualquier contratiempo económico y financiero, también lo es el buscar la tranquilidad en el hecho de que en España la economía está sostenida por el aumento del consumo, privado y público, y por la inversión en construcción. Conviene recordar que también crecían muchísimo en 2007.
Warren y sus secuaces pueden seguir en el poder o, lo quiera Dios y las trabajadoras, dejar paso a un Gobierno menos dañino. No lo sabemos. Pero sí sabemos que cualquiera que sea el próximo inquilino de la Moncloa se encontrará con que lo de “resta y sigue” le deja con un margen de acción estrecho, desde luego mucho más estrecho que el de 2008, por la irresponsable subida de los gastos, los impuestos y la deuda pública orquestada desde entonces.