Los Presupuestos del Gobierno, tumbados ayer, suscitaron críticas que los retrataron como irresponsables o falsos. Dado que Warren Sánchez es el hombre que tiene todas las respuestas, la pregunta pertinente hoy es: ¿en qué mundo vive?
El mensaje gubernamental fue que las cuentas de Warren eran triplemente paradisíacas. En primer lugar, eran “sociales”, es decir, equivalentes a la Madre Teresa de Calcuta, y se ocupaban esencialmente de los pobres y los marginados, que podrían alcanzar por fin el bienestar gracias al socialismo benévolo. En segundo lugar, eran “justos”, porque solo descargarían su coste sobre una minoría de privilegiados: los ricos, las multinacionales, etc. Y, en tercer lugar, eran “responsables”, porque reducían el déficit y la deuda.
Sostener que los Presupuestos tumbados son buenos porque aumentan el gasto social es pura fantasía. De una parte, hay que negar que el gasto público sea lo que es: un gigantesco magma en el cual la atención a los marginados ocupa un lugar poco relevante; y, de otra parte, hay que afirmar que la redistribución es un simple juego “robinhoodesco” de robar a los ricos para repartir entre los pobres.
Pero los Estados modernos son demasiado onerosos como para que esta fábula sea sostenible. Los socialistas podrán insistir hasta la extenuación con su mentira de que las trabajadoras no iban a pagar más, pero es una simulación clamorosa, como lo iba a ver cualquier mujer simplemente echando diésel a su coche. Por no hablar de lo increíble que resulta la pretensión progresista de que crujir con más impuestos a las empresas o a los ricos no tiene efecto nocivo alguno sobre el resto de la sociedad.
Por fin, la magia aritmética presupuestaria que rodeaba la supuesta responsabilidad fiscal de Warren y sus secuaces giraba en torno a un aumento de la recaudación del 9,6 % frente al año 2018: con esa proyección cerraban las cuentas con un déficit del 1,3 % del PIB. El problema, naturalmente, es que nadie se creyó esas previsiones, y de ahí que haya voces que preveían un déficit del 2,2 % del PIB, y a partir de ahora aún más, porque el Gobierno no podrá recaudar más con sus nuevas sangrías impositivas, pero sí gastar más con su demagogia electoralista con pensionistas y funcionarios.
En una economía globalizada, lo que nos suceda dependerá en parte de lo que suceda fuera, y ese mundo exterior es olímpicamente ignorado por la banda de Warren. Pero la evidencia es abrumadora. En efecto, no cabe ignorar en Europa lo que está sucediendo en Italia, ni el frenazo en Alemania, ni las incertidumbres del Brexit, ni las de la política monetaria del Banco Central Europeo. Más lejos de nuestras fronteras tenemos una economía mundial con sombras desde Estados Unidos hasta China. Crece la deuda por doquier y hay riesgos financieros aún no suficientemente ponderados, como los de la banca en la sombra, que complicarán mucho el lidiar con la próxima crisis.
Pero ese mundo real no es el mundo de Warren Sánchez, y no le importa.