Mientras aguardamos el incierto desenlace del más reciente fracaso socialista, el de Venezuela, podemos reflexionar sobre una antigua barbaridad perpetrada por el pensamiento único: equiparar comunismo y capitalismo. Son apenas dos opciones para asignar recursos, aseveraron economistas neoclásicos, algunos tan destacados como Samuelson. Muchos biempensantes alegaron que se trata de sistemas análogos que deben ser rechazados por igual.
Cuando cayó el Muro de Berlín, Federico Mayor Zaragoza, aquel hombre en el que tanto confiaba Francisco Franco, advirtió: “Se ha hundido un sistema que, basado en la igualdad, se olvidó de la libertad. Ahora, si no cambia radicalmente, se hundirá un sistema que, basado en la libertad, se ha olvidado de la igualdad. Y de la justicia”.
El razonamiento no se tiene en pie, empezando porque presupone que el socialismo se basa en la igualdad, cuando arrasa con ella; es como si el señor Mayor Zaragoza se limitara a creer que es verdad lo que los socialistas dicen que es verdad. Pero después distorsiona totalmente el capitalismo, cuya base es la igualdad ante la ley, es decir, la única igualdad compatible con la libertad. E incluso, ya rizando el rizo, añade que el capitalismo se ha olvidado de la justicia, como si fuera una característica sobresaliente del socialismo su defensa de la misma.
Es decir, se retuerce la realidad, para que se ajuste a los prejuicios dominantes entre la corrección política, y en esos enjuagues el asombroso resultado es que el comunismo nunca queda todo lo mal que debería quedar. Y se impone la increíble regla de juzgar al socialismo siempre por sus mejores objetivos, y al capitalismo siempre por sus peores resultados.
Gero von Randow, en su libro sobre las revoluciones que comenté hace un tiempo en este rincón de Expansión (https://bit.ly/2uGBFVb) se pregunta por qué continúa tan extendido y ponderado el culto al socialismo real y no al fascismo: “porque, pese a todo, pese a los crímenes contra la humanidad de los revolucionarios comunistas y pese a todo lo que surgió de la fundación de sus Estados, su movimiento había nacido para luchar por la dignidad del ser humano. Por el mismo motivo, hoy en Francia hay estatuas, decoraciones de salones y atriles que recuerdan la gran revolución de 1789, a pesar de que esta desembocó en el Terror y después en un emperador imperialista. A diferencia de la revolución rusa, la revolución francesa fue el atronador preludio de un proceso que desembocó en las democracias europeas”. La falacia y la contradicción son palpables: es falaz justificar un sistema político por sus metas, ignorando sus medios y sus resultados; más aún, ignorando que no están desvinculados. Es como decir: el objetivo era curarles el dolor de cabeza, el remedio fue la guillotina y, vaya, se murieron.