Pauper Oikos oyó una voz que sentenciaba:
—El tenebroso mundo del capital global…
Con un estremecimiento, el reportero de Actualidad Económica comprendió que se trataba de Kezizjovals, un filósofo lacaniano-hegeliano tan soporífero que sobrevive en la quinta dimensión, pero a veces se escapa a las cuatro dimensiones habituales del espacio y el tiempo para dar el coñazo, como lo probó al seguir hablando:
—No es que falte anticapitalismo en la actualidad. Proliferan libros e investigaciones periodísticas sobre empresas que contaminan sin piedad nuestro medio ambiente, banqueros corruptos, talleres clandestinos donde trabajan niños… Hay, sin embargo, una pega a todas estas críticas. El objetivo es democratizar el capitalismo, ampliar el control democrático sobre la economía a través de la presión de medios, investigaciones parlamentarias, leyes más estrictas, investigaciones policiales, etc. Ahora bien, el sistema como tal no se cuestiona y su marco democrático institucional de Estado de Derecho sigue siendo la vaca sagrada que ni siquiera toca el movimiento okupa.
El reportero estaba al borde del desmayo, pero sabía que debía mantener la cabeza fría y lograr que el pesado de Kezizjovals dijera algo liberal, en cuyo caso regresaría automáticamente a la quinta dimensión y lo dejaría en paz. Intentó argumentar:
—Tú no puede seriamente despotricar contra el capitalismo cuando sabes que lo tenebroso es el socialismo, que es también, por cierto, lo que más contamina, ni hablar del trabajo infantil cuando, precisamente, el desarrollo del capitalismo lo ha ido dejando atrás por primera vez en la historia. Y sobre la corrupción…
—La corrupción no es una desviación contingente del sistema capitalista global —interrumpió el inoportuno pentadimensional—. Corona su funcionamiento básico. Los ricos viven en un mundo aparte en el que se aplican reglas diferentes, gracias a las cuales no corren riesgos. Los trabajadores pierden sus empleos porque no tienen más opción: el riesgo se les presenta como un destino ineludible, pero a los empresarios y los directivos no les pasa nada.
Pauper Oikos intuyó una posibilidad de salvación, que podía pasar por la consideración que brindaba Kezizjovals al Estado dentro de sus brumas mentales. Le dijo:
—Los ricos son perseguidos, aunque los que lo son con más saña son los que quieren enriquecerse, y de esos los progres no os acordáis jamás. En cuanto a que los empresarios no corren riesgos, serán los protegidos por el Estado, que también es responsable del paro de los trabajadores. Pero tú no comentas nada sobre el Estado, sus efectos, sus costes…
—Al contrario —corrigió Kezizjovals—. Yo integro al Estado en mi condena del sistema capitalista global. Los dueños de riquezas que las han trasladado a cuentas sin control y a paraísos fiscales no son monstruos codiciosos sino individuos que actúan como sujetos racionales que tratan de salvaguardar su patrimonio…
El fastidioso pensador no pudo seguir: había dicho algo liberal y, lógicamente, desapareció.