Donald Trump había prometido cargarse el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Lo ha hecho, pero las bolsas subieron.
Parece una paradoja, porque el nuevo Acuerdo de Estados Unidos, México y Canadá (USMCA en inglés) es más proteccionista, empezando por los coches. Los fabricados en México no podrán ser importados a EE UU sin aranceles, salvo que los salarios en ese país aumenten considerablemente tanto en la fabricación de coches como de componentes de los mismos. Dirá usted: eso es bueno para los trabajadores mexicanos. No está claro, porque el incremento de los costes no solo perjudicará a los trabajadores que compren los coches (que asimismo deberán tener un porcentaje mayor de producción estadounidense) sino que volverá menos competitiva a la industria mexicana (la canadiense se ha salvado).
Bajo las nuevas reglas algunos sectores (energía, telecomunicaciones, transportes y otros) estarán protegidos frente al intervencionismo de las autoridades mexicanas, pero el resto lo padecerá, en perjuicio de empresarios y trabajadores. Y los aranceles estadounidenses ante las importaciones de acero y aluminio canadiense seguirán en vigor, perjudicando la economía en ambos lados de la frontera, al menos de momento.
Dirá usted que las bolsas se han vuelto locas por haber saludado el acuerdo. No es tan así. De entrada, la incertidumbre sobre este asunto tan importante ha sido despejada. Y la clave: el escenario del mayor delirio autárquico de Trump no se va a producir, y el comercio entre los tres países no se va a interrumpir, como algunos temieron. Es cierto que la Bolsa solo está recuperando ahora los niveles de comienzos de año, y además, como subrayó James Freeman en el Wall Street Journal, el Dow Industriales está sesgado por las empresas más directamente expuestas al comercio internacional, y por tanto más sensibles ante un escenario no radicalmente proteccionista.
Los agricultores estadounidenses podrán seguir exportando cereales y productos lácteos a Canadá, aunque habrá más trabas, al mismo tiempo que no se dañará el sector tecnológico y farmacéutico. Tampoco habrá más obstáculos al comercio de productos genéticamente modificados.
Como concluyó The Economist, el impacto del acuerdo no se verá en el corto plazo: “El USMCA tiene cientos de páginas de detalles legales y las empresas necesitarán tiempo para ver la manera en que se ajustarán a la nueva regulación”. Y además, todo esto deberá ser ratificado por los parlamentos de las tres naciones, y en el estadounidense los demócratas, tradicionalmente más intervencionistas que los republicanos, pueden recuperar el control de la Cámara de Representantes en las elecciones del mes próximo.
Probablemente, lo que esté sucediendo es que, como casi todo en la vida, esto pudo ser mucho peor. Como no lo ha sido, es lógico que se extiendan los suspiros de alivio en una zona cuyo comercio anual, según recordó Bloomberg, alcanza el billón de dólares. A pesar de los pesares, las negociaciones comerciales del gobierno de Trump parecen avanzar en casi todos los frentes, salvo China.