Fue tal la rechifla que provocó esta declaración que en sus memorias Thatcher puntualizó que quiso decir que “la sociedad no es una abstracción…sino una estructura viva de individuos, familias, vecinos y asociaciones voluntarias”. Low dice que ella no inventó la frase, que corresponde al escritor David Lodge en su novela de 1962 Ginger, You’re Barmy. Ambos la utilizan en contextos parecidos, defendiendo la autonomía individual y previniendo contra los intentos de hacernos a todos subordinados del Estado.
Ahora reflorece en Europa la vieja fantasía de que el Estado es la solución, y no el problema, aunque debe cambiar de forma, y “ceder soberanía” a escala nacional para trasladarla a escala europea. Desde luego, ceder soberanía al soberano, al pueblo, a la sociedad, eso nunca, como veremos con el recorte de libertades, en el que no darán un paso atrás los socialistas de todos los partidos. Hablan con arrobo de la “Europa social” como hablan siempre de cosas sociales, y siempre en sentido elogioso, pero, aunque “social” tenga muchos significados o se utilice en contextos y para objetivos diferentes, existe un hilo conductor capaz de hilvanarlos. Los que en España y Europa dan la tabarra con lo social no lo hacen al tuntún, porque en el fondo de las acepciones hay siempre una fundamental: el poder. En efecto, para entender qué quiere decir derecho social, justicia social, gasto social o Europa social, conviene sustituir “social” por “político”.
Y por ese motivo cabe encender las alarmas, y respaldar a Margaret Thatcher en su recelo frente a la idea de sociedad, una idea que cuando se concreta no lo hace en mujeres y hombres libres, en sus derechos, contratos e instituciones. Cuando se concreta no se refiere a la gente libre sino al intervencionismo de sus autoridades, también las de Europa. Todo recelo es poco si por sociedad entendemos la coacción legítima, porque la identificación entre política y sociedad civil tiende a socavar derechos y libertades de modo más o menos apreciable.