Pues no, porque la declaración no es interesante por su compromiso sino por su retórica: el empleo de la palabra “emprendedor”. Es estupenda esa palabra, y los emprendedores tienen todo mi apoyo, pero sospecho que la corrección política se ha pegado a los emprendedores porque parecen menos dañinos que los empresarios. Por utilizar otra expresión de moda, sospecho que a un empresario hay que forzarlo a que entienda lo de la “responsabilidad social corporativa”, en cambio a un emprendedor no: se supone que él sabe lo que esa responsabilidad comporta: obedecer al poder.
Este mensaje, entre meloso y sumiso, fascina a los políticos de todos los partidos, y casi no hay comunidad autónoma o municipio que no haga algo en pro de los emprendedores. Hacen de todo…menos bajar los impuestos a todas las empresas y quitarse de en medio; eso no, eso nunca.
El mensaje cala en una parte del mundo empresarial, y hay organismos privados, o semi-privados, que cultivan las cálidas ficciones del pensamiento único, colocan el peso de la obediencia y la responsabilidad en las personas y las empresas, y fantasean con que el Estado es una suerte de sociedad benéfica, que cobra para dar servicios y que se esfuerza por cubrir nuestras necesidades diarias; lógicamente, todos los impuestos que recaude una institución tan angelical estarán bien cobrados, y los ciudadanos hemos de pagarlos porque debemos ser responsables y ayudar a mantener mejores condiciones de vida, etc. Estos bulos son propagados a veces por entidades supuestamente defensoras de las empresas.
Por eso, porque el emprendedor suena como a más obediente, se lo saluda. ¿Cree usted que Alfred l’Écoutant sería capaz de prometer: “me voy a partir el pecho por los empresarios”? ¿A que no? Pues eso.