El impacto resulta comprensible. Pérez-Reverte, bajo el poco alegórico título de “Sobre imbéciles y malvados”, se dirige directamente a Smiley y le dice que pasó “de imbécil a malvado…usted mintió y traicionó a todos”, creyó que los españoles “somos tan gilipollas como usted”, y presidió un Gobierno que es “una pandilla de irresponsables de ambos sexos, demagogos, cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás”. Suma y sigue: “ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, envenenado la convivencia al utilizar viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda publica…ha sido un gobernante patético…incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto…ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario”. Resulta, fuera de toda duda, una acerada diatriba contra Smiley.
Sin embargo, repito, tal diagnóstico sólo se sostiene sin leer el artículo de punta a cabo. Quien lo haga verá que empiezan a aparecer cosas raras. Ataca el escritor a Rouco Varela “y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita que tanto nos había costado meter a empujones en el convento”, lo que oscila entre disparatado, falso e intolerante, y se enorgullece de ser un crítico de Smiley desde…diciembre de 2007. ¿Y antes no vio nada?
Lo más notable de Pérez-Reverte es cuando reconoce los méritos de Smiley: “la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento a la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil. Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco”. Esto es exactamente lo que Smiley quiere. Es el mayor elogio que cabe formularle y lo que más puede agradecer. Extraño caso, ¿verdad?