Escribí en esta columna el mes pasado que lo que desespera a ETA es perder el relato, y que con el paso del tiempo el único relato que se imponga sea el único que es verdad, es decir, el relato de las víctimas. De ahí la urgencia de que los amigos de la libertad nunca cejemos en el empeño de que prevalezca la verdad de las víctimas, y no la mentira de ETA y sus secuaces.
Que esta tarea va a resultar ímproba resulta cada vez más claro, y choca con lo que en principio debería ser simplemente una gran noticia, o una sucesión de grandes noticias: ETA deja de matar, ETA entrega parte de su arsenal, ETA dice que se arrepiente de algunos asesinatos, ETA se disuelve. Todo esto después de décadas de sangre. Y, sin embargo, Consuelo Ordóñez dijo esta semana en San Sebastián: “este no es el final de ETA que queríamos ni la sociedad ni las víctimas, ni el que nos merecíamos”. En un manifiesto firmado por decenas de miles de personas, las víctimas rechazaron que ETA pretenda “poner el contador a cero”.
Maite Pagazaurtundúa acusó a los etarras: “Quieren trucar el contador de su responsabilidad. De la mentira, violencia y el engaño de antes sólo han abandonado la violencia. No reconocen la identidad nacionalista excluyente por la que persiguieron y mataron. Ahí sigue estando la fuente de una ruta mentirosa estos días”.
El problema es que desde el cese de la violencia, todo indica que la mentira de ETA ha continuado. No digo que haya prevalecido, es pronto para asegurarlo, pero la protesta de las víctimas porque no se ha impuesto su relato es comprensible, como lo es la repugnancia ante la descarada manipulación de la historia que perpetra ETA para justificarse. El filósofo Martín Alonso habló del “autolavado que necesita el personal del nacionalismo radical para hacer como que no son lo que eran sin renunciar a lo que fueron”.
Mientras los etarras sean homenajeados; mientras se amparen en la doble pinza ideológica del nacionalismo y el comunismo; mientras queden sus asesinatos impunes; mientras puedan alegar que hicieron efectivamente algo por el pueblo vasco, la democracia y la libertad; mientras lata, como late, la sospecha de que dejar de matar tiene una recompensa, el relato de las víctimas quedará cruel e injustamente postergado.