El documento del Ministerio de Economía sobre la reforma de la zona euro ha sido calificado de poco ambicioso, porque no subraya los eurobonos. En realidad, sigue la línea permanente de nuestros políticos, que tienen la máxima ambición posible, a saber: que pague otro.
Sí, ya sé que dicha ambición nunca es admitida de forma tan paladina, pero la política moderna consiste en juegos redistributivos que maximicen el capital político de los agentes. Lo hemos visto suceder en nuestro país a menudo con las autonomías. En Europa, nuestros políticos quieren que pague Alemania.
Esa es la clave de los eurobonos, antes agitados por la izquierda con febril entusiasmo antiliberal, y ahora también por la derecha, con el mismo entusiasmo y por el mismo motivo. La clave consiste en que si hay eurobonos nuestras autoridades pueden gastar más y endeudarse a un coste menor, porque el peso de la seriedad germana presionaría a la baja a los tipos de la deuda. Gracias a Merkel, Rajoy podría endeudarse —es decir, endeudarnos— pagando menos que si no estuviera doña Angela.
Todo magnífico, pero hay un problema: los alemanes tienen defectos, pero muy estúpidos no son, y se dan cuenta del truco. Y van y dicen que no. El resto de los caraduras que gobiernan Europa lamentan la falta de “solidaridad” de los alemanes, etc. Y hasta el próximo día. Que viene a ser a finales de junio.
Aunque Rajoy sigue con la matraca de los eurobonos, él y su nuevo ministro Solano saben que no es realista ponerlo ahora sobre la mesa —porque su caradurismo quedaría demasiado expuesto—, y entonces mandan una propuesta descafeinada, que pretende tranquilizar a Berlín, pero intentar colarles otro bulo para que soporten todavía un poco más el coste del invento. De ahí que los titulares hayan destacado mensajes como que España olvida los eurobonos y el presupuesto de la eurozona, y se centra en la unión bancaria.
Hablando en plata, nunca mejor dicho, esto es lo de siempre: que pague otro. Ahora se trataría de un fondo para tiempos de crisis, un fondo monetario europeo, que serviría para lo mismo que sirve el FMI: para que los gobiernos puedan eludir la austeridad, y puedan gastar y recibir financiación cuando nadie quiere prestarles a bajo interés. Se añade en la propuesta el uso del Banco Europeo de Inversiones para invertir en tiempos de crisis. Jugando a liberales, afirman que esto último es para que invierta el sector privado, cuando también carezca de crédito a coste asequible. Son pésimas ideas ambas, porque animan el gasto bajo el mito keynesiano de que así se sostiene la actividad económica.
La propuesta española es cuidadosa, no le pone números al fondo, ni fecha a una eventual garantía de depósitos europea; se habla de límites a los pagos de los demás países, etc. Todo para tranquilizar a Alemania y sus aliados —como Holanda, Austria, Finlandia, y otros—, que saben de qué va la cosa: va de que paguen más ellos, en un proceso que tiene la trampa de la mutualización de los riesgos como valor permanente.