Francisco de la Torre Díaz, diputado de Ciudadanos e Inspector de Hacienda, recomendó hace en El Economista aplicar a la banca privada “un sistema que se ha aplicado en España con bastante éxito, el de la inspección de seguros. Ahí, al igual que en la inspección de Hacienda, los inspectores firman sus actas y se hacen responsables de las propuestas. La última palabra la tiene, a veces, un alto cargo, pero no es la única palabra, y se garantiza que la información fluya desde quienes tienen conocimiento directo a quienes tienen que tomar las decisiones más graves. Quizás haya sido casualidad, aunque no lo creo, pero mientras se han hundido muchas cajas, y la más grande salió a bolsa con la autorización del Banco de España y la CNMV, en el sector del seguro no ha habido grandes problemas”.
Desde luego que no es casualidad que haya habido catástrofes en la banca (en nuestro país en lo más parecido a la banca pública: las cajas de ahorros) y no en los seguros, pero el diputado es optimista al sugerir que esas catástrofes bancarias se habrían evitado con una inspección diferente. No digo que su propuesta sea insensata, sino que pasa erróneamente por alto que la banca y los seguros son negocios muy distintos.
La diferencia fundamental es que las compañías de seguros no crean dinero, sino que administran el que les entregan los clientes a cambio de sus pólizas. El dinero que los depositantes entregan a la banca, por el contrario, sirve de base para que ésta expanda el crédito muy por encima de sus depósitos. Esto explica que el seguro sea una actividad bastante estable, porque se basa en cálculos actuariales sobre la probabilidad de los riesgos, que solo activan el pago si se producen, y las empresas invierten en activos que les permiten garantizar la cobertura de los mismos.
La banca es otra cosa: sus pasivos son líquidos y exigibles a corto plazo por cualquier depositante y por cualquier monto, mientras que sus activos son inversiones a largo plazo, cuyo valor genuino es por definición incierto y su liquidez reducida o incluso nula.
De ahí el carácter cíclico del sistema y su propensión a expandir el crédito más allá de lo que sucedería en otra circunstancia. Igual don Franciso de la Torre podría pensar en que la forma de evitar las crisis bancarias no es adoptar la inspección de las compañías de seguros sino lograr que los bancos funcionen como compañías de seguros, es decir, que no pudieran prestar más que las sumas que sus clientes les ordenaran prestar. La banca funcionaría así con un coeficiente de reserva del 100 %, y no fraccionaria. Don Francisco podría argumentar, con razón, que esta proposición, más que optimista, no sería ampliamente compartida.