Una notable muestra de talento de Mariano Rajoy ha sido inventarse a Cristóbal Montoro, es decir, mantener en su gabinete a un ministro al que todos odian y al que todos identifican con la sangría fiscal. La maniobra es tan genial que Montoro se ha convertido en una viñeta, de las que recito todas las mañanas con Carlos Alsina en Onda Cero.
Nunca había pasado antes en nuestro país: desde variadas posiciones ideológicas, la imagen del ministro de Hacienda en las viñetas es siempre la de un vampiro, de tal modo que parece que quien nos chupa la sangre, el codicioso sediento de nuestras carteras, el que nos sube cruelmente los impuestos, es Montoro, y no Rajoy. Por eso Montoro ha tenido siempre su puesto asegurado en el gabinete. Y lo seguirá teniendo, salvo quizá que a Rajoy le convenga políticamente bajar los impuestos, en cuyo caso puede que lo quite, para dar la impresión de que es él quien los baja, y no el titular de Hacienda.
Junto a Montoro tiene que haber uno bueno. Es imposible que el de Hacienda se pasee por Europa con esos aires de superioridad que infunde la burocracia bruselense. No lo entenderíamos: él tiene que estar aquí, saqueándonos. Para ministro de Economía se necesita uno bueno, uno que no tenga pinta de vampiro. Es más, se necesita uno que todos sepamos que no se lleva bien con Montoro, es más, que todos pensemos que él no tiene nada que ver con subirnos los impuestos. Es Luis de Guindos, que además cumplió un papel importante, y es estar ahí cuando la economía iba fatal para que, otra vez, asociemos las malas noticias económicas con él, y no con Rajoy.
Ahora que la economía va bien, y puede ir mejor, sería bonito mandarlo a Frankfurt, no vaya a ser que le creamos principal protagonista de la recuperación (véase el distante prólogo que le escribió Rajoy hace un año y pico para el libro “España amenazada”, volumen que pretendía subrayar el heroísmo de de Guindos a la hora de salvarnos de la amenaza).
Entonces, si Luis de Guindos se marcha al Banco Central Europeo, será una victoria de España, vamos, de Rajoy, que pondrá a otro con pinta de bueno, que también tendrá cara de no habernos subido impuesto alguno, y que durará mientras no se le ocurra apropiarse en exceso de algún mérito económico.
Si no consigue el puesto en el BCE, será una derrota sólo suya, de Luis de Guindos, al que será más difícil que le consideremos capitán de una economía boyante.
Los ministros son fusibles, destinados a iluminar al jefe. En los avatares políticos pueden pasarse, y entonces se funden y se cambian.