Quienes así nos convocan asimilan la moneda a un conjunto de derechos y libertades –a veces añaden: “que hemos conseguido tras años de lucha– que dependen de la existencia de la moneda única, y que consecuentemente perderíamos tristemente si dejáramos de contar con el euro. Veamos si es verdad. Supongamos que el euro desaparece.
Antes de precipitarnos en la zozobra y el desconcierto conviene que pensemos en algo que es tan evidente que suele pasarnos desapercibido: el dinero no es una opción libremente elegida por los ciudadanos sino una cruda imposición política. Pero como siempre ha sido así, como desde los años de Jesús de Nazaret las monedas llevan la imagen del César, es algo que damos por sentado. Peor aún, pensamos que es un producto de la libertad. Recuerdo que cuando empezó el euro, hubo mucha atención periodística en nuestro país, con titulares del estilo de: “los españoles dan la bienvenida al euro” o “los españoles acogen el euro”, etc. Yo, que ya era columnista de Expansión desde mucho antes, recuerdo que publiqué un artículo titulado: “El euro es obligatorio”. Eso es el dinero: no tiene nada que ver con la libertad, el mercado y los contratos voluntarios. Es un puro acto de fuerza política y legal.
Entonces, si desapareciera el euro, hay dos posibilidades: o el dinero pasa a ser libre o sigue como siempre. Si sigue como siempre, lo lógico es pensar que nuestras autoridades, así como nos obligaron a dejar la peseta y a emplear el euro, nos obligarían a volver a utilizar la peseta o algún otro signo monetario propio de nuestro país. La re-nacionalización de las monedas, si el euro desapareciera por completo, comportaría alteraciones en el tipo de cambio, posiblemente revalorizando el marco alemán, o cualquiera que sea la moneda que los gobernantes germanos estipularan, y seguramente devaluando la moneda española, así como la de los demás países donde hubiera una inflación relativamente elevada. Volveríamos, en suma, a como estábamos antes del euro.
La hipótesis más apasionante y provocativa sería la otra: la posibilidad de tener por primera vez una moneda libre, es decir, una moneda donde las autoridades no cumplieran papel alguno, una moneda o varias que emitirían bancos privados en libre competencia.
Los testimonios históricos de algo parecido a una moneda libre son tan escasos que hay que moverse con sumo cuidado, porque no sabemos cómo sería. Podemos intuir qué sucedería si el Estado dejase de ocuparse de la educación o la sanidad, porque hay antecedentes históricos que permiten concluir que la sociedad civil podría ocuparse sin inconvenientes de brindar tales servicios. Pero el intervencionismo en la moneda y las finanzas es demasiado profundo y demasiado antiguo como para permitirnos formular predicciones mínimamente fiables. Podemos conjeturar que la moneda libre sería estable, simplemente porque, si no hay obligación de usar un signo determinado, la gente dejaría de emplear cualquier moneda que se devaluase. La forma que adoptaría podría ser la que plantea F.A.Hayek en La desnacionalización del dinero. Otro punto clave sería el sistema bancario: posiblemente (como arguye Jesús Huerta de Soto en Dinero, crédito bancario y ciclos económicos), pasaría a basarse en el patrón oro y en un sistema sin reserva fraccionaria y sin banca central.
Difícil parece. Imposible no. Bonito sería.