El populismo tiene una prensa tan mala como la demagogia, pero, igual que ella, está más extendido y ha probado ser mucho más perdurable de lo que muchos están dispuestos a admitir.
Hoy escuchamos a Alfonso Guerra y parece un estadista conservador decimonónico: sereno, prudente, moderado, y hasta monárquico, hablando del “impecable” mensaje del Rey a propósito de Cataluña.
Pero los viejos del lugar recordamos que Alfonso Guerra aplaudió la expropiación de Rumasa con esta proclamación: “¡Hala! ¡Tó p’al pueblo!”.
Quien dijo esa barbaridad era nada menos que vicepresidente del Gobierno de España. Y desde luego el exabrupto no fue producto del radicalismo que todos, empezando por mí, estamos dispuestos a comprender e incluso a disculpar en un veinteañero: Alfonso Guerra tenía entonces 43 años.
Me dirá usted que muchas personas no demagogas defendieron la inicua expropiación, que tanto daño causó a las instituciones españolas, empezando por el Tribunal Constitucional, manipulado por los socialistas para que aprobara la constitucionalidad del decreto expropiatorio, que se tradujo en un triste final para el prestigio de Manuel García-Pelayo, y para su presencia en España: volvería a Caracas en 1987 y moriría cuatro años más tarde.
Esto es cierto: muchos recordamos la defensa de la expropiación que hizo Miguel Boyer, que era cualquier cosa menos un demagogo o un populista.
Sin embargo, el caso de Alfonso Guerra es diferente, porque lo que su exclamación revela no es una argumentación económica más o menos equivocada avalando la urgencia de la expropiación, sino la más pura y antiliberal consigna socialista, porque celebra la aniquilación de la propiedad privada y su traslado al “pueblo”. Era todo mentira, por supuesto, pero el mensaje está claro: Guerra probó ser, en este caso como en otros, un populista tan demagogo como son hoy los de Podemos. El populismo y la demagogia de Pablo Iglesias y sus secuaces está fuera de toda duda, aunque posiblemente ni siquiera ellos, pese a ser rabiosamente antiliberales, ovacionarían la expropiación de una empresa privada al grito de “¡Hala! ¡Tó p’al pueblo!”.
Cabría plantear otra objeción, y es que el populismo, o la búsqueda de apoyo en las clases populares, es una estrategia que desafía la definición: ¿o no es acaso populista Warren Sánchez con su demagógica campaña de subir los impuestos “a los ricos”? Sin duda lo es.
Y circunscribir el populismo a la izquierda es claramente injusto. Todos recordamos declaraciones populistas de Mariano Rajoy y sus seguidores, como, típicamente, la defensa del gasto público, la reivindicación de haber castigado fiscalmente de manera especial a los “más ricos” para salvaguardar el Estado de bienestar ante la crisis, etc.
En suma, que cuando nos hablen de populismo, igual se refieren a casi todos hoy, y también a muchos ayer.